Cali vive horas de profundo dolor y tensión después del atentado con carro bomba ocurrido frente a la base aérea "Marco Fidel Suárez", que dejó un saldo preliminar de cinco muertos y treinta y seis heridos.
La magnitud de la explosión estremeció a la ciudad y reavivó los recuerdos de los años más duros de la violencia en Colombia. Autoridades locales y nacionales confirmaron que se trató de un acto de terrorismo y las primeras investigaciones apuntan a que estaría vinculado con las disidencias de las FARC.
El alcalde Alejandro Eder fue categórico al calificar el ataque como un “acto narcoterrorista” y anunció de inmediato restricciones al tránsito pesado en Cali como parte de las medidas de seguridad.
En un pronunciamiento cargado de firmeza, aseguró que la ciudad no se dejará doblegar por el miedo y que se reforzarán los controles en puntos estratégicos para evitar nuevos hechos violentos.
El presidente Gustavo Petro señaló que este atentado sería una represalia de las disidencias de las FARC frente a las operaciones militares que en días recientes han golpeado estructuras de estos grupos en el suroccidente del país.
Petro condenó la acción y expresó su solidaridad con las víctimas y sus familias, subrayando que el Estado responderá con contundencia para garantizar la seguridad de los ciudadanos.
“Cali está de luto”, han repetido voces ciudadanas y autoridades en redes sociales, reflejando el dolor colectivo de una urbe que nuevamente se ve golpeada por la violencia.
Imágenes de los destrozos, vehículos afectados y la movilización de equipos de emergencia circulan ampliamente, mostrando la gravedad del hecho. Testigos aseguran que el estruendo se escuchó a varios kilómetros, generando pánico en barrios cercanos.
En las calles de la ciudad, la incertidumbre se mezcla con la indignación. Muchos recuerdan que el Valle del Cauca ha sido un escenario estratégico en la disputa entre grupos armados ilegales, lo que explica la crudeza del ataque. Mientras tanto, hospitales de Cali se encuentran atendiendo a los heridos y organismos de socorro mantienen en máxima alerta sus equipos.
La comunidad internacional también ha reaccionado, condenando la violencia y solidarizándose con Colombia en este momento difícil. La tragedia abre de nuevo un debate sobre la seguridad en el país y la capacidad del Estado para enfrentar el resurgimiento de estructuras narcoterroristas.
En Cali, las sirenas de ambulancias aún resuenan como un recordatorio del ataque que ha dejado cicatrices físicas y emocionales. El llamado hoy es a la unidad y a rechazar la violencia con la esperanza de que el dolor se transforme en fuerza colectiva para superar la adversidad.
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