La más reciente caída del Sistema Electroenergético Nacional volvió a dejar a oscuras a la isla y, con ello, al deporte cubano paralizado. El Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER) anunció la cancelación de todos los eventos programados para la jornada, incluida la Serie Nacional de Béisbol, principal espectáculo deportivo del país. La medida, aunque dolorosa para los aficionados, responde a una realidad cada vez más cotidiana: sin electricidad, no se puede sostener la infraestructura mínima para un juego.
En Cuba los partidos de béisbol se juegan de día, pero ni siquiera eso basta ante las dificultades que imponen los apagones. La organización de un encuentro requiere servicios básicos que dependen directamente de la corriente: transporte, comunicaciones, transmisión televisiva y radial, refrigeración de alimentos, seguridad y hasta el simple uso de equipos de sonido. Sin energía, la logística se derrumba y con ella el calendario deportivo.
La suspensión de toda la actividad refleja un síntoma mayor: el país no logra garantizar estabilidad ni siquiera para las rutinas recreativas. En una nación donde el deporte ha sido símbolo de orgullo e identidad, detener campeonatos nacionales por fallas eléctricas resulta un golpe simbólico que va mucho más allá de lo técnico.
El dilema es evidente. Aunque la pelota se juegue bajo el sol, el deporte necesita electricidad para existir como espectáculo organizado. Lo ocurrido desnuda la fragilidad de un sistema que afecta tanto a la vida cotidiana como al entretenimiento de millones. Si en Cuba no se puede garantizar la corriente, tampoco se puede garantizar el béisbol, esa pasión que por décadas fue "como el pan nuestro” de cada día.
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