La imagen de un féretro expuesto sin las condiciones mínimas, cubierto apenas por una tela oscura y rematado con un cristal roto colocado de manera improvisada, se ha convertido en el símbolo más crudo de la realidad cubana. Lejos de la solemnidad y el respeto que deberían caracterizar un funeral, la escena retrata con precisión la precariedad extrema que domina los servicios funerarios en el país.
La fotografía, tomada en una funeraria de Guantánamo y difundida por ciudadanos indignados, muestra un ataúd visiblemente deteriorado, con signos de desgaste acumulado y materiales reutilizados hasta el límite. El cristal que debería resguardar la dignidad del difunto no solo está quebrado en varios bordes, sino que da la impresión de haber sido colocado “para salir del paso”, sin cuidado, sin recursos y sin respeto. Es, en efecto, una metáfora dolorosa de un sistema en ruinas.
Para la mayoría de las personas perder a un ser querido es ya un golpe emocional profundo; únanle ahora esta situación y es que verse obligadas a despedirlo en estas condiciones añade una herida adicional: la certeza de que ni siquiera en el último momento existe un espacio digno. Lo que debería ser un ritual íntimo y respetuoso se transforma en una experiencia marcada por el abandono, la escasez y la deshumanización institucional.
Las denuncias sobre el deterioro del sistema funerario no son nuevas. Desde ataúdes reutilizados hasta velatorios sin climatización, pasando por la falta de transporte para los entierros, la lista de carencias crece cada año. Las autoridades, mientras tanto, insisten en mensajes de “sensibilidad y compromiso”, pero la realidad que viven los cubanos contradice cada palabra oficial.
Este caso no es un incidente aislado, sino una ventana a una problemática más profunda: el colapso de los servicios básicos en un país donde la crisis ha alcanzado cada rincón, incluso aquellos que deberían mantenerse al margen de las carencias materiales. La pobreza penetra espacios que deberían ser sagrados, convirtiendo la despedida final en un acto doloroso también por las condiciones en que ocurre.
En una nación donde la escasez ya se ha normalizado en la vida diaria, ahora también se extiende al ámbito de la muerte. Y la escena del féretro con cristal roto no solo retrata una funeraria sin recursos, sino un sistema que ha perdido su capacidad de ofrecer dignidad, incluso en el último adiós.
Fuente: Yosmany Mayeta
Foto:Irma Broek
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