Las más recientes decisiones de la Comisión Nacional de Béisbol (CNB) en torno a la post-temporada de la Serie Nacional, así como a la participación de Cuba en la Serie del Caribe y la venidera Copa América, han vuelto a colocar al organismo rector del béisbol cubano en el centro de la polémica. No por los resultados deportivos —que aún están por verse—, sino por la imposición y el momento con que se han comunicado dichas medidas.
El rediseño de la post-temporada, reduciendo de 7 a 5 juegos el máximo de compromisos a disputarse en la semifinal, ha sido percibido por aficionados, especialistas y protagonistas como otra improvisación o de restarle imporancia al evento. Cambios en formatos, calendarios y criterios competitivos, cuando la temporada ya está avanzada, erosionan la planificación de los equipos y refuerzan una sensación recurrente: la ausencia de un proyecto estable y coherente a mediano plazo. Todo por algo que evidentemente podía preverse como los compromisos inernacionales.
A esto se suma la gestión de la participación internacional. La Serie del Caribe, vitrina histórica del béisbol cubano, continúa envuelta en incertidumbres logísticas y deportivas, mientras que la Copa América aparece más como una solución coyuntural que como parte de una estrategia integral de inserción competitiva. En ambos casos, las decisiones de que los peloteros que estén involucrados en la post temporada de la Serie Nacional queden excluídos de participar en dichos eventos, suena o a castigo o a alentar un mal rendimiento de estos jugadores.
La reacción popular en los medios y redes sociales ha sido muy crítica. No se trata únicamente de desacuerdo con una u otra medida, sino de un desgaste acumulado. La CNB arrastra una profunda falta de credibilidad, alimentada por años de anuncios contradictorios, promesas incumplidas y explicaciones tardías o incompletas. Cada nueva “ola” de decisiones termina reforzando la percepción de falta de seriedad institucional.
El problema de fondo no es solo qué se decide, sino cómo y por qué se decide. En un contexto donde el béisbol cubano enfrenta retos enormes —éxodo de talentos, limitaciones económicas, descenso del nivel competitivo—, la improvisación resulta especialmente costosa. Sin transparencia, planificación y comunicación efectiva, cualquier medida, por bien intencionada que sea, nace debilitada.
Mientras no se recupere la confianza de los aficionados y de los propios actores del juego, la Comisión Nacional de Béisbol seguirá navegando en aguas turbulentas, repitiendo ciclos de decisiones polémicas que terminan afectando más al espectáculo que a sus problemas reales. El béisbol cubano necesita reformas profundas; lo que recibe, una vez más, es otra ola franca sin rumbo claro.
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