Mientras en Ciego de Ávila se celebraba una gala cargada de luces, lentejuelas y sonrisas ensayadas, Lis Cuesta —esposa del gobernante designado Miguel Díaz-Canel— y Yadira Ramírez Morera —pareja del primer ministro Manuel Marrero Cruz— desfilaban como si vivieran en una Cuba paralela. Rieron, posaron para la prensa oficialista y disfrutaron del espectáculo con una ligereza ofensiva, ajenas a la oscuridad literal y simbólica que devora a millones de cubanas.
La gala del 26 de julio, que debió ser un acto político sobrio, se transformó en un desfile de vanidades que evidenció el abismo entre la cúpula del Partido Comunista y la vida real del pueblo. Mientras Cuesta lucía su outfit como influencer de catálogo y la prensa estatal la retrataba con foco exclusivo, madres cubanas lidiaban en sus casas con apagones de hasta 18 horas, ollas vacías y una angustia que no conoce maquillaje.
Pero Yadira Ramírez tampoco se quedó atrás. Como si perteneciera a una realeza caribeña, viajó recientemente a la República del Congo, donde fue fotografiada repartiendo medicinas y alimentos en instituciones locales. El gesto, más propagandístico que solidario, encendió la indignación en redes: ¿cómo puede Cuba enviar ayuda cuando ni siquiera puede abastecer sus propios hospitales?
En un país donde conseguir una aspirina es un lujo, que la comitiva del régimen juegue a exportar "ayuda humanitaria" es más que una burla. Es una ofensa.
Lis Cuesta, habitual protagonista de cenas diplomáticas y eventos oficiales, ha sido blanco de críticas constantes por representar esa casta camuflada de “revolucionaria”, que se viste con ropa de marca mientras el pueblo viste de paciencia rota. Mientras ella sonríe bajo reflectores, en los barrios hay mujeres criando hijos entre el calor, el hambre y la incertidumbre.
La desconexión entre quienes mandan y quienes sobreviven se ha vuelto insostenible. Las protestas crecen, el malestar se desborda y el cubano de a pie está harto de ver cómo una minoría se pasea en confort, mientras el resto camina en la penumbra. Este 26 de julio no hubo revolución. Solo un carnaval de apariencias montado por quienes se reparten el poder, mientras la mayoría sobrevive entre sombras, ruinas y resignación.
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