El desabastecimiento de medicamentos en Cuba ha dejado de ser un problema puntual para convertirse en un drama cotidiano que golpea a miles de familias. La propia directora de Medicamentos y Tecnologías del Ministerio de Salud Pública, Cristina Lara Bastanzuri, reconoció recientemente lo que la ciudadanía lleva años denunciando: las farmacias del país están prácticamente vacías. Pero el reconocimiento oficial, lejos de traer alivio, ha generado aún más frustración, porque las soluciones siguen sin llegar.
Mientras tanto, crece la indignación popular. Muchos cubanos se preguntan por qué el Gobierno insiste en mantener un sistema centralizado que no funciona, cuando podrían autorizar la apertura de farmacias privadas reguladas, que contribuyan a aliviar la escasez y a frenar los precios abusivos del mercado informal. “Con impuestos y control estatal, sería mejor que dejar morir a la gente esperando medicamentos”, opinan ciudadanos en redes sociales.
Historias desesperantes abundan. Personas que dependen de medicinas esenciales —ya sean pastillas para la tiroides, antihipertensivos, antibióticos o tratamientos crónicos— cuentan que han pasado meses o incluso años sin poder comprarlos en la red estatal. Los tarjetones, lejos de facilitar el proceso, se convierten en una traba más: colas, vencimientos inútiles y trámites que agotan a pacientes ya frágiles. Muchos reclaman un sistema digital que elimine burocracia y garantice que los enfermos crónicos no queden desamparados.
El propio MINSAP admite que la crisis ha generado un mercado ilegal donde se trafican medicamentos desviados desde instituciones oficiales. Robos a farmacias, ventas clandestinas y redes que lucran con la desesperación ajena son síntomas de un sistema que hace agua por todas partes.
Pero lo que hoy domina la opinión pública es un mensaje directo y contundente: “Si no pueden garantizar las medicinas, dejen que otros lo hagan. Entréguenle las farmacias a quien sí pueda abastecerlas.” Para muchos, no se trata de ideología, sino de sobrevivencia. Cada día sin medicinas implica riesgos, deterioro de la salud e incluso muertes que pudieron evitarse.
Los cubanos no quieren más justificantes ni discursos: quieren acciones concretas. Quieren que se libere la importación, que se permitan alternativas privadas, que haya transparencia y que se priorice a quienes dependen de un tratamiento para vivir.
La pregunta que recorre la Isla es simple y dolorosa:
¿Cuánto más puede soportar un país sin medicinas?
Del perfil de Alberto Arego
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