Durante años, la televisión estatal cubana ha sostenido un patrón de propaganda que intenta justificar lo injustificable. Pero en la actualidad, cuando el descontento ciudadano es más visible que nunca, algunos de sus rostros más expuestos enfrentan un nivel de rechazo imposible de ocultar. Entre ellos destacan Michel Torres Corona y Gabriela Fernández Álvarez, presentadores que se han convertido en símbolos del discurso oficialista más rígido y desconectado.
Lejos de generar credibilidad o confianza, sus apariciones televisivas producen el efecto contrario: irritación, rechazo y burla entre amplios sectores de la población. Su estilo, marcado por la soberbia y el desprecio hacia cualquier criterio independiente, los ha colocado en el ojo de la tormenta. Para muchos cubanos, representan exactamente lo que está mal en la comunicación estatal: manipulación, falta de autocrítica y un guión tan repetitivo como vacío.
Mientras la vida cotidiana en Cuba se vuelve cada vez más difícil —apagones interminables, precios imposibles, hospitales sin recursos, salarios que no alcanzan ni para lo básico y un éxodo masivo que vacía barrios enteros—, estos presentadores continúan defendiendo un relato que ya no convence a casi nadie. La desconexión entre lo que dicen y lo que vive el ciudadano común es tan grande que el programa ha dejado de tener relevancia real.
En redes sociales, especialmente entre los jóvenes, el descontento es todavía más evidente. Cada emisión del programa se convierte en motivo de memes, críticas y denuncias sobre la manipulación informativa. Muchos usuarios incluso cuestionan si vale la pena seguir invirtiendo recursos en un espacio que solo genera rechazo.
Ante este escenario, surge una pregunta inevitable: ¿podrán estos presentadores sostener un formato que se desmorona frente a la realidad del país? La falta de credibilidad de los medios oficiales nunca había sido tan profunda, y la sociedad cubana, cada vez más informada y menos dispuesta a tolerar mentiras, parece haber dejado de lado estos discursos caducos.
El pueblo ya no espera nada de estos programas. Y lo que es peor para quienes los producen: ni siquiera causan indignación… solo repulsión y cansancio. Tal vez, después de tantos años de propaganda vacía, lo único que queda es aceptar que la audiencia ya les dio la espalda.
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