Mientras en gran parte del mundo las fiestas de Nochebuena y Navidad significan reuniones familiares, luces encendidas y la ilusión de un descanso, en Cuba estas fechas llegan marcadas por la oscuridad literal y emocional. Los apagones prolongados, la escasez extrema de alimentos y el cansancio social se han convertido en el telón de fondo de una celebración que cada año se hace más difícil de sostener.
Una anciana habanera lo resume con amargura: “Antes, aunque fuera poco, uno tenía algo en la mesa y podía celebrar sin miedo. Ahora lo que tenemos es apagón, enfermedades y un estrés que no se aguanta.” Su frase encarna el sentimiento de miles de familias que ven cómo la Navidad se diluye entre carencias y ansiedad.
La mesa navideña, que alguna vez fue símbolo de unidad, hoy es un lujo inalcanzable. El cerdo —plato central en estas fechas— se vende a precios que superan con creces cualquier salario estatal. El arroz, los frijoles y el aceite apenas aparecen, y cuando lo hacen, es en el mercado informal a cifras imposibles. La mayoría de las familias ya no piensa en un menú para celebrar, sino en cómo resolver la comida del día.
A todo esto se suman los apagones que, en varias provincias, superan las diez o doce horas diarias. Cocinar se vuelve una misión casi imposible; conservar alimentos, un desafío; compartir en familia, un acto que depende del horario de la electricidad. La oscuridad también llega acompañada de brotes de dengue y chikungunya, mientras hospitales y policlínicos carecen de medicamentos básicos. La Navidad se vive, entonces, con la sensación de abandono y sin respuestas desde las autoridades.
El contraste histórico añade otra capa de tristeza. Antes de 1959, aunque existía pobreza, especialmente en zonas rurales, la Navidad era una tradición respetada. Los hogares —incluso los más humildes— mantenían sus celebraciones: una comida sencilla, velas o luz eléctrica sin apagones, música, café, un brindis y la tranquilidad de reunirse sin temor. Había dificultades, sí, pero también esperanza, continuidad cultural y un futuro por construir.
Hoy, para la mayoría de los cubanos, estas fechas no significan regalos ni cenas especiales. Lo que llega es la resignación y la comparación inevitable con un pasado que, aun con carencias, no conoció el grado de deterioro y control que pesa sobre la vida cotidiana actual. La Navidad en Cuba se mide ahora por las horas sin luz, los platos vacíos y el silencio impuesto.
Fuente: Editorial de La Tijera News
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