La salida de un superyate valuado en más de 150 millones de dólares del puerto de La Habana volvió a encender la conversación pública dentro y fuera de Cuba. La embarcación, asociada a Bernard Arnault, figura central del imperio de lujo LVMH (Moët Hennessy Louis Vuitton) permaneció en la bahía durante varios días, convirtiéndose en un espectáculo inesperado para quienes se acercaban al Malecón o trabajaban en la zona portuaria.
Su partida, sin embargo, subraya un contraste que se ha vuelto insoportable: mientras algunos visitantes circulan con todo el confort imaginable, gran parte del país sobrevive entre apagones, escasez y frustración.
El yate, de más de 100 metros de largo y dotado de helipuerto, piscinas y espacios exclusivos, estuvo bajo riguroso control y vigilancia. Soldados, vehículos oficiales y acceso limitado acompañaron su salida, marcando un protocolo que contrasta con la desprotección cotidiana del ciudadano común. En tierra, las colas para conseguir alimentos continúan, los salarios siguen siendo insuficientes y el sistema eléctrico se desploma casi a diario, dejando a miles de familias sumidas en la oscuridad.
La presencia del yate generó opiniones divididas. Para algunos fue simple curiosidad, un entretenimiento en medio de la rutina agobiante. Otros lo vieron como una muestra más de cómo el país está abierto al lujo foráneo mientras cierra opciones reales para su propia población. El discurso oficial insiste en el “bloqueo” como la causa principal de la crisis, pero hechos como este cuestionan esa narrativa: si se abren los puertos al turismo más exclusivo, ¿por qué no se abren caminos económicos para los ciudadanos comunes?
Los comentarios en redes sociales reflejan la polarización. Algunos restaron importancia al suceso, asegurando que un barco no cambia la situación. Otros insinuaron negocios ocultos, favores políticos o intereses económicos que nunca se transparentan. También hubo quienes ironizaron sobre el momento, atribuyendo la partida del yate a los continuos apagones que enfrentan los cubanos.
Lo cierto es que el lujo se va y la crisis se queda. La diferencia es abismal: una embarcación con toda la opulencia posible se pierde en el horizonte, mientras un país completo permanece atrapado en la precariedad. La imagen de la despedida no es solo un suceso anecdótico, sino un recordatorio poderoso de la desigualdad que define hoy a Cuba.
Fuente: La Tijera
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