El consumo de drogas en Cuba, un fenómeno que durante décadas se consideró ajeno a la realidad de la isla, comienza a despertar cada vez más inquietud entre la población. La reciente detención de tres individuos en Bayamo, provincia de Granma, pone en evidencia no solo la existencia del tráfico ilegal de estupefacientes, sino también la vulnerabilidad de muchos jóvenes ante estas sustancias.
De acuerdo con el perfil de Facebook Entérate con Aytana Alama, cercano a fuentes policiales, la operación tuvo lugar en la calle Roberto Reyes, del reparto Pedro Pompa, donde vecinos denunciaban reiteradamente la venta de marihuana y “químico” —una droga sintética de fuerte impacto en la salud mental y física de los consumidores—.
Los tres detenidos resultaron ser hermanos que habían convertido su vivienda en un punto de venta de pitillos de marihuana y papelillos de químico. Según los testimonios, no era la primera vez que la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) actuaba en la zona, pero en esta ocasión se logró arrestarlos en flagrancia, “con la masa en la mano”.
Vecinos del barrio manifestaron su alivio tras el operativo, asegurando que la actividad ilícita generaba conflictos constantes. Madres de adolescentes que ya habían caído en la adicción incluso habían protagonizado fuertes reclamos públicos contra los implicados, preocupadas por el riesgo que estas drogas representan para la juventud.
El propio operativo dejó al descubierto la magnitud del problema: mientras las autoridades realizaban el arresto, al menos cinco consumidores llegaron al lugar con la intención de adquirir dosis, lo que evidenció la demanda creciente de estas sustancias entre sectores de la población.
Aunque las cifras oficiales sobre consumo de drogas en Cuba son escasas y poco transparentes, los reportes en redes sociales y testimonios de ciudadanos muestran que el fenómeno gana terreno, especialmente en ciudades de oriente y occidente. Las drogas sintéticas, en particular el “químico”, se han popularizado entre los jóvenes debido a su bajo precio y facilidad de distribución.
El caso de Bayamo refleja una realidad que preocupa tanto a las familias como a las autoridades: el tráfico interno ya no se limita a pequeños círculos marginales, sino que se extiende a barrios residenciales donde la presión social y la falta de alternativas recreativas convierten a los jóvenes en presas fáciles de la adicción.
Las drogas no solo ponen en riesgo la salud de quienes las consumen —generando episodios de psicosis, deterioro físico y dependencia—, sino que también alimentan la violencia y la inseguridad en comunidades donde antes estos problemas eran menos comunes.
El debate sobre la necesidad de campañas de prevención más efectivas y programas de rehabilitación para adictos cobra fuerza. Para muchos ciudadanos, el control policial es importante, pero no suficiente: se requieren medidas que aborden las causas sociales que empujan a los jóvenes hacia el consumo, como la falta de oportunidades, la desesperanza y la crisis económica que atraviesa el país.
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