En Cuba se vive un panorama cada vez más inquietante. La violencia, aunque las autoridades se empeñen en negarlo con estadísticas maquilladas y discursos oficiales, crece de forma alarmante y golpea la vida cotidiana de las familias.
El discurso oficial intenta transmitir calma y control, pero la realidad en barrios y comunidades refleja lo contrario: crímenes más frecuentes, más sangrientos y más crueles.
La población conoce la verdad, porque la sufre en carne propia. Se multiplican los casos de asesinatos en plena vía pública, de jóvenes ultimados dentro de sus casas, de mujeres víctimas de feminicidios a manos de exparejas violentas, muchos de ellos frente a sus hijos pequeños, quienes quedan marcados para siempre por ese trauma.
Incluso circulan rumores estremecedores de prácticas caníbales y la posible aparición de asesinos en serie, un síntoma de que la violencia en la Isla ha roto límites que antes parecían impensables.
El reciente asesinato de un oficial de policía es un hecho repudiable y su autor merece enfrentar todo el peso de la ley. Sin embargo, la condena no puede quedarse solo en ese caso. Con igual energía deben rechazarse y castigarse los crímenes contra civiles inocentes, las familias enteras exterminadas, los feminicidios que se multiplican y los jóvenes que pierden la vida por la violencia desbordada.
Cada muerte en Cuba, sea de un policía, de una mujer, de un padre de familia o de un niño, debe doler y debe ser atendida con la misma firmeza.
La población exige seguridad, juicios ejemplarizantes y castigos severos que sirvan de freno a quienes hoy se creen con derecho a arrebatar la vida ajena. El Estado y las autoridades tienen la obligación de responder, porque ya ni siquiera dentro del hogar se siente seguridad. La impunidad y la tibieza en el enfrentamiento a los delincuentes solo alimentan más violencia.
Cuba necesita que se apliquen las máximas sanciones contra los asesinos, respetando las garantías procesales, pero con firmeza y transparencia. Que los juicios sean públicos, que la sociedad vea que la justicia se cumple. La vida humana debe ser el valor supremo, y quien atente contra ella debe enfrentarse a las consecuencias más duras.
Es hora de decir basta. Basta de cifras maquilladas, basta de excusas, basta de paños tibios. La violencia crece y con ella crece el miedo de un pueblo que ya no se siente seguro ni en la esquina, ni en la escuela, ni en su propia casa. La respuesta debe ser contundente y sin contemplaciones: pena máxima para todo el que atente contra la vida humana en Cuba.
Del perfil de Jarocha Reyes Vega
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