Una vez más, Cuba vuelve a depender de la generosidad extranjera para cubrir necesidades básicas que un Estado funcional debería garantizar. Esta vez, la ayuda llega desde Ciudad Ho Chi Minh, en Vietnam, donde se ha lanzado una campaña de recaudación de fondos para instalar sistemas de energía solar en escuelas primarias cubanas.
La iniciativa, impulsada por la Unión de Organizaciones de Amistad y el Departamento de Cultura y Deportes de la ciudad vietnamita, ha sido presentada como un gesto de hermandad entre ambos países. Sin embargo, más allá del discurso de la solidaridad, la acción pone en evidencia una realidad innegable: Cuba es incapaz de sostener su infraestructura más elemental sin auxilio foráneo.
El vicepresidente del Comité Popular de Ciudad Ho Chi Minh, Nguyen Loc Ha, justificó la campaña apelando al "espíritu de amor mutuo" y a los lazos históricos entre ambas naciones. Agradeció los primeros donativos —unos 62 mil dólares— entregados por empresas y ciudadanos vietnamitas. Pero detrás de esa retórica diplomática, lo que asoma es el colapso energético y económico de un país cuyo modelo ha demostrado ser insostenible.
El régimen cubano ha fracasado en su capacidad de producción, inversión y planificación. Aunque se mantiene el relato oficial de "resistencia", la realidad es que más del 50% de la población laboral activa en Cuba no trabaja, según datos del propio gobierno publicados recientemente. El Estado no ofrece suficientes empleos productivos, el sector privado está asfixiado por regulaciones y la emigración masiva ha vaciado de fuerza laboral a ciudades y pueblos.
Es precisamente este abandono estructural lo que ha hecho que incluso algo tan básico como garantizar electricidad en una escuela dependa de lo que otros puedan donar. La energía solar, que debería formar parte de un plan nacional de modernización sostenible, es apenas una opción viable si otros países la financian.
La cónsul general de Cuba en Ciudad Ho Chi Minh, Ariadne Feo Labrada, agradeció los gestos de solidaridad como muestra de la amistad entre pueblos. Pero no mencionó el contexto de dependencia crónica en que se produce este “gesto fraternal”. Tampoco se hizo referencia a que, mientras se recogen fondos en el extranjero, el gobierno cubano prioriza recursos para actos oficiales, propaganda y el aparato represivo, mientras sectores esenciales como salud, educación o transporte se derrumban.
Cuba no es un país en guerra ni víctima de una catástrofe natural reciente. Su crisis permanente no responde a causas externas, sino a la ineficacia de un sistema que, tras más de seis décadas, solo ha producido escasez, dependencia y pobreza. La campaña vietnamita no es una victoria de la amistad internacional, sino un reflejo doloroso del colapso de un modelo que ya no puede siquiera iluminar sus escuelas sin ayuda.
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