Los testimonios de desertores norcoreanos y un reciente informe de Naciones Unidas ofrecen una radiografía del endurecimiento represivo en Corea del Norte bajo el mando de Kim Jong-un. En el centro de las denuncias aparecen ejecuciones públicas, trabajos forzados y un férreo control de la información, que busca impedir cualquier contacto de la población con el mundo exterior.
En 2020, Pyongyang aprobó la llamada Ley de Rechazo de la Ideología y la Cultura Reaccionarias, que castiga severamente —incluso con la pena de muerte— a quienes introduzcan, vean o difundan contenidos extranjeros. El objetivo, según el régimen, es “proteger la ideología y la revolución” frente a influencias externas, particularmente de Corea del Sur.
Kim Ilhyuk, un desertor que huyó en 2023 junto a su familia, recuerda haber presenciado varias ejecuciones públicas. Entre las víctimas estuvo un joven de 22 años, acusado de ver y distribuir 70 canciones y 3 series surcoreanas. “Era como un hermano menor para mí”, relató. Estos actos se realizan en plazas, ante multitudes obligadas a asistir, y se repiten con frecuencia bimensual.
Ilhyuk también fue condenado, junto a su esposa, a trabajos forzados por convivir sin registrarse oficialmente, en virtud de otra de las normas represivas. Tras sobornar durante un tiempo a funcionarios para evadir la condena, decidió escapar.
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos (ACDH) confirmó que, en la última década, Corea del Norte ha ampliado notablemente la aplicación de la pena capital. Las sanciones incluyen delitos tan leves como usar un periódico con la foto de un líder para tapar una pared. El informe, elaborado a partir de 314 entrevistas con víctimas y testigos, asegura que el control sobre la población se ha intensificado, especialmente desde la pandemia, con el uso de tecnologías de vigilancia.
“Ninguna otra población en el mundo está sometida a tales restricciones”, afirmó James Heenan, representante de la oficina de la ONU en Seúl.
Otro desertor, Seongyun Ryu, que huyó en 2019 durante su servicio militar, coincide en que la clave del poder del régimen radica en aislar a la población de cualquier referencia externa. “La información de otros países es como un arma nuclear para Corea del Norte”, asegura.
En el país no existe acceso libre a internet: solo hay una intranet oficial, reservada a instituciones y funcionarios. Los medios de comunicación son completamente estatales, y los ciudadanos participan en sesiones obligatorias de autocrítica que refuerzan la vigilancia colectiva y el adoctrinamiento ideológico.
Según Seongyun, la ideología Juche, creada por Kim Il-sung, funciona como una religión en la que los líderes son venerados como dioses. Cualquier crítica o irreverencia puede costar la vida.
Expertos como Lina Yoon, de Human Rights Watch, señalan que la creciente represión está vinculada al fracaso del régimen en cumplir sus promesas de prosperidad. Tras intentos iniciales de apertura económica, Corea del Norte sufrió el endurecimiento de sanciones internacionales por su programa nuclear y el colapso de las negociaciones diplomáticas de 2018 y 2019. Desde entonces, las campañas ideológicas se han multiplicado, sobre todo para controlar a la juventud expuesta a productos culturales extranjeros.
La ONU advierte que el país vive uno de los momentos de mayor aislamiento de su historia reciente. Sin embargo, tanto Yoon como Heenan creen que presiones internacionales podrían abrir pequeños espacios de mejora, por ejemplo, en el trato a prisioneros políticos.
Ilhyuk recuerda haber crecido cerca de la frontera, donde era posible captar emisiones surcoreanas. Desde niño quedó impactado por la diferencia: noticieros que criticaban a sus gobernantes, series que retrataban la vida cotidiana con realismo, música con mensajes diversos. “En Corea del Norte todo eran noticias falsas. Nunca había críticas ni reconocimiento de errores”, explica.
Ese contraste, sumado al creciente consumo de contenidos extranjeros en memorias USB entre jóvenes, fue percibido por el régimen como una amenaza a su control. De allí el endurecimiento de las leyes y el castigo ejemplar a quienes osaran desafiar la prohibición.
Hoy, tanto Ilhyuk como Seongyun viven fuera de su país, construyendo nuevas vidas con la convicción de que la información es la herramienta más poderosa contra la dictadura. Su esperanza es que algún día los norcoreanos tengan acceso a la libertad que ellos encontraron tras arriesgarlo todo para escapar.
Fuente: El País
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