El reciente viaje de una delegación del Ministerio de Transporte de Cuba a Moscú vuelve a poner sobre la mesa la desesperada situación que vive el sistema de transporte público en la Isla.
Allí, el viceministro primero Luis R. Rosés Hernández firmó un acuerdo con la alcaldía moscovita para integrarse al proyecto Urban Transport Data, iniciativa que busca mejorar la gestión urbana a partir del uso de datos.
Según el ministro Eduardo Rodríguez Dávila, el encuentro fue positivo porque permitió intercambiar experiencias con representantes de otros países de América Latina, África, Medio Oriente y Asia. La intención oficial es aplicar esas prácticas en Cuba, con la promesa de elevar la calidad del servicio.
Sin embargo, este optimismo contrasta con la realidad cotidiana del pueblo cubano, atrapado en una crisis que lleva décadas sin resolverse. El colapso del transporte público se refleja en cifras alarmantes: más de la mitad de las rutas nacionales permanecen paralizadas y muchas de las que siguen activas solo cuentan con dos recorridos al día.
Terminales como San Agustín y Arimao se han convertido en verdaderos cementerios de guaguas, donde cientos de ómnibus oxidados esperan repuestos que nunca llegan.
Este mes de agosto, Cuba recibió un nuevo lote de piezas procedentes de China, destinado a reactivar entre 40 y 50 vehículos antes de fin de año. Aunque la noticia fue presentada como un alivio, la magnitud de la crisis convierte esta reparación parcial en un simple paliativo.
El propio ministro reconoció que en 2024 apenas se ejecutó el 35% de los servicios planificados debido a la falta de combustible y repuestos.
La dependencia de donativos extranjeros y de proyectos de cooperación internacional ha sido una constante, pero nunca una solución de fondo. Cada nueva entrega de piezas o cada acuerdo internacional se anuncia con entusiasmo, pero los resultados concretos para la población son prácticamente nulos.
Nuevos ómnibus que llegan al país terminan deteriorados en cuestión de meses, víctimas de la ausencia de mantenimiento preventivo, del déficit de combustible y de la falta de personal capacitado.
La vida diaria de millones de cubanos se ve afectada de manera directa. Largas esperas en las paradas, suspensión de rutas; dificultades para llegar a hospitales, escuelas o centros de trabajo, forman parte de la rutina.
La gestión estatal demuestra una incapacidad crónica para sostener mejoras duraderas, y aunque la cooperación internacional aporta recursos, el verdadero problema sigue siendo interno: un modelo ineficiente que no logra garantizar un transporte digno para la población.
En este contexto, el acuerdo firmado en Moscú se suma a una larga lista de compromisos que, a juzgar por experiencias anteriores, difícilmente se traduzca en una mejoría tangible.
Para los cubanos, lo único que importa es que sus recorridos diarios dejen de ser una odisea interminable, algo que por ahora parece cada vez más lejano.
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