La doctora María Guadalupe Guzmán Tirado, jefa del Centro de Investigación, Diagnóstico y Referencia del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), ofreció declaraciones sobre el alarmante aumento de los casos de dengue y chikungunya en Cuba, aunque su intervención dejó más interrogantes que respuestas.
Durante una entrevista con el oficialista Canal Caribe, la especialista atribuyó el repunte a factores como la urbanización descontrolada, los problemas con el abasto de agua y las altas temperaturas, que —según explicó— aceleran el ciclo reproductivo del virus y del mosquito Aedes aegypti.
Sin embargo, en su discurso omitió mencionar las causas más evidentes para los cubanos: el abandono estatal, los apagones interminables y el colapso de los servicios sanitarios y comunales, que han convertido al país en un caldo de cultivo para cualquier brote epidemiológico.
Mientras la doctora hablaba de “condiciones ambientales”, miles de familias sobreviven sin electricidad ni ventiladores, durmiendo con las ventanas abiertas y sin protección contra los mosquitos, en medio de montañas de basura que nadie recoge. La realidad que se vive en los barrios contrasta abiertamente con el tono técnico y controlado de las declaraciones oficiales.
Guzmán admitió, eso sí, que el chikungunya se está propagando a un ritmo acelerado, sobre todo en las provincias centrales y occidentales. El virus, explicó, habría ingresado al país a través de un viajero infectado que encontró en Cuba un entorno “ideal para el mosquito”. También reconoció que la población no tiene inmunidad natural ante esta enfermedad, aunque trató de restar gravedad al asegurar que “deja inmunidad duradera y rara vez causa la muerte”.
No obstante, médicos consultados por medios independientes advierten que los niños, ancianos y pacientes crónicos son los más vulnerables y que el principal problema no es el virus, sino la incapacidad del sistema de salud para enfrentarlo.
En el Hospital Pediátrico Juan Manuel Márquez, en La Habana, una madre denunció que los familiares deben anotar a los niños en listas improvisadas para conseguir atención médica. Afuera, decenas de personas duermen en el suelo esperando un turno, mientras el hedor de los baños y los desechos acumulados completan un panorama crítico.
En Matanzas, la periodista Yirmara Torres Hernández describió una situación similar: “La ciudad parece de zombies”, escribió, aludiendo a la cantidad de enfermos visibles en las calles y a la inacción prolongada de las autoridades, que solo comenzaron a reaccionar después de casi dos meses de silencio y negación.
La explicación del IPK se queda corta frente a una realidad evidente: Cuba enfrenta una crisis sanitaria sin precedentes, agravada por la falta de recursos, de planificación y de transparencia. Mientras el gobierno insiste en buscar causas externas, el verdadero virus sigue siendo el abandono institucional que enferma al país desde hace décadas.
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