La historia parece no tener fin. La Central Termoeléctrica Antonio Maceo, más conocida como Renté, en Santiago de Cuba, volvió a quedar fuera de servicio este viernes, apenas horas después de haber sido reactivada. La Unidad 3, que en la madrugada fue conectada al Sistema Eléctrico Nacional (SEN), se desconectó a las 2:05 p.m. por “bajo vacío”, según informó la Unión Eléctrica (UNE). El resultado: más apagones y más malestar en la población.
La paradoja es que, pocas horas antes, el periódico Granma había celebrado la supuesta estabilidad de la planta, destacando que aportaba más de 150 megawatts gracias a sus unidades 3, 5 y 6, con la promesa de “subir cargas” durante el día. Pero la euforia duró menos que la corriente en una olla arrocera sin tapa: la planta volvió a colapsar, confirmando la fragilidad del parque termoeléctrico cubano.
El problema no es aislado. Ese mismo día, la UNE reconoció que el déficit energético podía llegar a 1760 megawatts en la hora pico nocturna, lo que representa más de la mitad del consumo nacional. La situación se agrava por la falta de combustible: 53 centrales de generación distribuida están paradas por escasez de diésel y otras tantas por la ausencia de lubricantes, sumándose a las averías de plantas mayores como Felton, Mariel, Santa Cruz o Cienfuegos.
La consecuencia la viven los cubanos en su día a día: cocinar, dormir, estudiar o trabajar se vuelve casi imposible bajo cortes de luz prolongados. Lo que el gobierno llama “afectaciones eventuales” se ha convertido en rutina, y la indignación social ya comienza a traducirse en protestas. En Gibara, Holguín, decenas de personas salieron recientemente a exigir electricidad y agua, terminando con al menos 27 detenidos.
Mientras tanto, las autoridades repiten promesas de modernización y apuestan al discurso de energías renovables, pero la realidad es que el sistema eléctrico está colapsado. Los apagones ya no son excepción: son la nueva normalidad en la isla.