Osniel Castillo, con apenas 19 años, se ha convertido en el nuevo fichaje internacional de los Medias Blancas de Chicago, confirmando así su salto al béisbol profesional de Estados Unidos.
Su firma como agente libre internacional no solo representa una oportunidad personal, sino también un nuevo capítulo en el éxodo continuo de jóvenes peloteros cubanos. Originario de Matanzas, Castillo fue parte como jardinero del equipo Cuba U-18 en 2024, donde demostró velocidad, instinto y gran capacidad defensiva. Su desempeño lo consolidó como el líder en bases robadas del Campeonato Nacional U-18, con 11 estafas, y su calificación de velocidad entre 55-60 en la escala de 80 lo posiciona como un corredor muy por encima del promedio.
Casi un niño, Osniel representa esa juventud que, sin haber alcanzado la cima del béisbol en la Isla, ya debe marcharse para no ver truncados sus sueños. Este fenómeno se ha vuelto demasiado común: adolescentes que no alcanzan la adultez deportiva en Cuba antes de probar suerte fuera. Como muchos de sus compañeros, Osniel probablemente no llegó a consolidarse ni siquiera en la Serie Nacional, una liga cada vez más golpeada por la fuga temprana de talentos.
Ejemplos recientes como el receptor Edgar Quero, también parte de los Medias Blancas, refuerzan esta nueva ola de talento cubano que salta directamente al sistema de ligas menores en Estados Unidos sin apenas haber brillado en casa.
Otro caso destacado es el de Cristian Sáez, jardinero santiaguero de solo 18 años que firmó en 2024 con los Rangers de Texas tras su paso por República Dominicana. O el del lanzador villaclareño Kevin D. Pérez, quien con apenas 17 años dejó el país rumbo a México para buscar proyección internacional.
Estos peloteros representan la fractura generacional más marcada que ha vivido el béisbol cubano: una donde los ídolos apenas tienen tiempo para formarse en su país antes de emigrar en busca de libertad y profesionalismo.
La falta de contratos internacionales gestionados directamente desde Cuba, los bajos salarios y las trabas institucionales hacen imposible que talentos como Castillo encuentren motivación para quedarse.
Además de República Dominicana y México como puntos clave de tránsito, muchos de estos jóvenes se insertan en academias privadas, entrenan por meses bajo condiciones duras y se presentan en showcases ante scouts de la MLB con la esperanza de una firma.
La decisión de Osniel, como la de tantos otros, es tan deportiva como política: es la búsqueda de un futuro digno frente a un sistema que, desde hace décadas, no puede ofrecerlo.
En el caso de Castillo, su firma es solo el inicio. Su sueño es llegar a la MLB, pero su historia ya es ejemplo de cómo el béisbol cubano continúa perdiendo, una y otra vez, a sus estrellas más prometedoras antes de que puedan brillar en casa.
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