Mientras millones de cubanos sobreviven entre apagones, inflación, falta de medicamentos y ollas vacías, la "primera dama" Lis Cuesta desfila en Vietnam con vestido nuevo y sonrisa planchada. Un diseño exclusivo de Saday Modista —inspirado, según su autora, en la guayabera como símbolo de la identidad nacional— fue la elección para representar a Cuba en los actos oficiales por el Día Nacional de ese país asiático. La modista celebró el honor en redes sociales. El pueblo, en cambio, se atragantó con la costura.
“Debía ir vestida de negro cerrado, de luto por el pueblo que revienta de necesidades”, opinó un internauta. No fue el único. La mayoría no hablaba de moda, sino de moral: ¿es ético presumir elegancia mientras el país se cae a pedazos? ¿Qué clase de símbolo nacional representa una mujer que no ha sido elegida, no ocupa cargo público y sin embargo viaja como si fuera embajadora de lujo?
El vestido —más criticado que admirado— se convirtió en una tela de juicio. “Yo tengo un saco de yute en mi casa que con hilo negro hago el mismo vestido y sale más barato”, ironizó un usuario. Otro apuntó sin rodeos: “El dinero con que pagaron ese trapo está manchado de sangre. Si vistes a la mujer de un dictador, ayudas a lavar su imagen frente al mundo”.
La diseñadora, que probablemente buscaba visibilidad, terminó recibiendo una tormenta digital. Lo que parecía una oportunidad de oro para una emprendedora cubana se volvió una pesadilla: cientos de comentarios desbordaron sus publicaciones con críticas, sarcasmo y memes. Hasta el periodista oficialista Abdiel Bermúdez intentó defender el diseño, solo para recibir una avalancha de reproches. “Esto va de alta costura, pero muy baja moral”, le espetó un comentarista.
Mientras tanto, en la Cuba real, donde se cocina con leña y se cena con suerte, la aparición de Lis Cuesta vestida de gala no fue símbolo de cubanía, sino de desconexión. Una élite que se pasea mientras el pueblo se apaga.
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