En declaraciones recientes que han causado indignación y desconcierto, Rixi Moncada, virtual candidata presidencial por el partido gobernante en Honduras, expresó abiertamente su admiración no solo por el régimen cubano, sino también por su máximo responsable: Fidel Castro. “Tengo admiración no solo por Cuba, sino también por su líder histórico, revolucionario, Fidel Castro”, dijo Moncada en un programa de gran audiencia.
Estas palabras, que en otros tiempos quizás habrían sido tomadas como parte de una retórica ideológica, hoy resultan una ofensa a millones de cubanos que viven en la miseria, la represión y la desesperanza. Fidel Castro, a quien Moncada califica como “un líder emblemático del mundo”, fue el arquitecto de una dictadura que sepultó a Cuba en la indigencia, destruyó sus instituciones democráticas, eliminó las libertades fundamentales y provocó el exilio forzoso de generaciones enteras.
Que una figura política de alto nivel en Honduras —país que también ha sufrido las consecuencias de autoritarismos y crisis sociales— eleve a la categoría de “modelo a seguir” al sistema cubano, demuestra un preocupante grado de ceguera ideológica o, peor aún, una peligrosa nostalgia por modelos fracasados. Resulta alarmante que Moncada idealice un régimen que ha convertido a Cuba en una de las naciones más empobrecidas de América Latina, donde conseguir comida, medicinas o incluso electricidad se ha vuelto una lucha diaria.
“La pequeña isla ha sostenido a América Latina, mostrando que otras formas son posibles”, afirmó Moncada. ¿Pero a qué formas se refiere? ¿A la forma en que el Estado controla todos los aspectos de la vida, censura la prensa, encarcela a opositores, y mantiene a su población en condiciones precarias? Si realmente admira ese “modelo”, sería justo que lo experimente en carne propia. Sería revelador verla intentar sobrevivir con un salario estatal de 15 dólares al mes, hacer una cola de seis horas para comprar pan, o vivir bajo vigilancia constante por expresar una opinión crítica.
Rixi Moncada también elogió el “discurso a favor de la gente” del régimen cubano. Pero un discurso no alimenta al pueblo, no le da libertad, ni le permite prosperar. Cuba ha demostrado que el discurso revolucionario no basta: hace falta respeto a los derechos humanos, apertura económica y pluralismo político, elementos ausentes durante más de seis décadas de castrismo.
Es preocupante que, en pleno siglo XXI, una posible presidenta de Honduras defienda sin matices a un dictador responsable de la decadencia de un país entero. El romanticismo revolucionario no puede seguir ocultando la realidad: Fidel Castro no fue un libertador, sino un opresor. Y Cuba no es un ejemplo a seguir, sino un espejo de lo que no debe repetirse.
Si Rixi Moncada quiere rendirle homenaje a Cuba, que lo haga desde la honestidad, reconociendo el sufrimiento de su pueblo. Admirar a un dictador no es valentía política, es una bofetada a la memoria de quienes han pagado con su vida el precio de ese supuesto “liderazgo emblemático”.
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