En una esquina de Camagüey, un hombre trataba de ganarse la vida vendiendo limones, aguacates y ajíes, productos que él mismo había cultivado con esfuerzo.
Pero en lugar de respeto o apoyo, se encontró que inspectores y policías llegaron, lo desalojaron y se llevaron sus escasos productos en una patrulla.
El señor terminó llorando, aterrado, mientras una inspectora lo humillaba públicamente con palabras crueles: “Y agradece que no te pusimos una multa porque el bolígrafo no tenía tinta”. Ese comentario no solo refleja arbitrariedad, sino un desprecio profundo por la vida de quienes solo intentan subsistir.
Este caso, denunciado por una testigo presencial, no es aislado. En toda Cuba, mientras la dictadura permite que las Mipymes vinculadas a la élite prosperen y enriquezcan a unos pocos, los ciudadanos comunes que luchan día a día para poner comida en la mesa, son acosados, multados y expulsados de sus espacios de trabajo. Personas como este vendedor enfrentan el miedo, la pérdida de sus bienes y la humillación pública simplemente por intentar sobrevivir.
Historias similares se repiten: en La Habana, vendedores ambulantes que ofrecían frutas o medicinas naturales han sido despojados de sus productos bajo pretextos administrativos absurdos; en Santiago de Cuba, pescadores y agricultores ven cómo su trabajo es confiscado mientras contratos millonarios van a manos de empresas vinculadas al poder.
Cada acto de represión deja marcas profundas en familias que ya viven en condiciones de extrema vulnerabilidad.
Lo más doloroso es que estos episodios se normalizan. El llanto de un hombre que solo quería vender su fruto, la burla de un funcionario sobre un bolígrafo sin tinta, se convierten en una metáfora de la injusticia cotidiana: el miedo y la impotencia frente a un sistema que protege a los suyos y castiga a los más humildes.
Compartir estas historias es un acto de memoria y de denuncia. Que el mundo sepa que mientras algunos viven con privilegios, otros sufren despojos y humillaciones solo por ganarse el pan de cada día. Que este llanto no pase inadvertido.
Fuente: La Tijera