En su intervención virtual en el 80.º Foro Mundial de la Alimentación (FMA), el presidente cubano Miguel Díaz-Canel envió “saludos desde Cuba” , destacando los “fuertes e históricos lazos de cooperación” con esa organización y su propósito compartido de “erradicar el hambre, transformar la agricultura y promover el desarrollo rural sostenible”.
En su mensaje, Díaz-Canel resaltó los “tres pilares” que, según él, deben orientar la transformación de los sistemas agroalimentarios: juventud, ciencia e innovación, e inversión. Asimismo, recordó que Cuba fue uno de los países fundadores de la FAO y que esa entidad ha sido un actor clave para respaldar al país en la construcción de políticas de soberanía alimentaria.
No obstante, la alusión del mandatario cubano al bloqueo económico impuesto por Estados Unidos como mecanismo coercitivo que busca rendir al pueblo cubano por hambre, así como su mención de la hambruna en Gaza como “otro método genocida” aplicado por potencias occidentales, no pasó desapercibida.
Díaz-Canel afirmó que el bloqueo “se recrudece continuamente, apostando a la rendición de nuestro pueblo por hambre y necesidades”, y vinculó la situación de Cuba con las crisis humanitarias globales.
Mientras Díaz-Canel posiciona a Cuba como un actor comprometido globalmente con la lucha contra el hambre, las vivencias del pueblo cubano narran una realidad mucho más cruda: escasez de leche, ausencia de harina, precios desorbitados del arroz y una carencia severa de proteínas.
En un país donde acceder a los alimentos más básicos se ha vuelto un desafío diario, los saludos oficiales resultan para muchos una afrenta, pues contrastan con la persistente inseguridad alimentaria que azota a amplios sectores de la población.
Organismos independientes han documentado que la dieta de muchos hogares cubanos ya depende casi exclusivamente del mercado informal y alimentos ultraprocesados de bajo valor nutricional, lo que agrava la “hambre oculta” y propicia enfermedades por carencias.
En ese contexto, las palabras presidenciales sobre proyectos agrícolas respaldados por la FAO o políticas de soberanía alimentaria suenan lejanas para quienes no pueden poner un plato decente en la mesa.
En Cuba, aunque la causa principal no es bélica, el resultado es similar al de Gaza: un pueblo sometido a un modelo económico rígido, al bloqueo externo, a una agricultura insuficiente y a un mercado alimentario colapsado. Algunos analistas incluso han comparado que, en ambas zonas, el hambre se vuelve un instrumento de control: en Gaza como parte directa del conflicto armado, en Cuba mediante políticas económicas, restricciones estatales y sanciones internacionales que erosionan la capacidad de respuesta del Estado.
El paralelismo no busca igualar sufrimientos, sino evidenciar que cuando un Estado o una potencia bloquea el acceso al alimento básico, el hambre deja de ser solo un problema logístico: se convierte en una forma de violencia estructural.
En ambos casos —Cuba y Gaza— millones padecen la degradación diaria de su dignidad y salud mientras, desde podios oficiales, se pronuncian discursos grandiosos que prometen “nunca dejar a nadie atrás”.
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