La Habana volvió a oscurecerse, no solo por la caída repentina del sistema eléctrico, sino por la creciente desesperanza de su gente. Este domingo, una avería en la subestación Naranjito provocó un apagón masivo que dejó sin luz a miles de habaneros justo al caer la noche.
Calles enteras se hundieron en la oscuridad, y detrás de cada ventana se repetía la misma escena: velas, calor, silencio, rabia contenida. Mientras tanto, las autoridades anunciaban por redes sociales que los circuitos serían restablecidos “de forma escalonada”, aunque muchos barrios no vieron regresar la electricidad hasta horas después —y algunos siguen esperando.
Pero el corte no solo fue de luz. También se fue el agua. Las bombas dejaron de funcionar por falta de corriente, afectando a municipios como Plaza de la Revolución, Diez de Octubre, Centro Habana, Habana Vieja y Guanabacoa. Miles de familias amanecieron sin una gota con la que lavarse, cocinar o beber.
Muchos salieron a la calle con cubos y botellas en busca de algún vecino con cisterna, o algún punto donde todavía quedara presión. Mientras tanto, en redes sociales circulaban imágenes de personas cargando agua a oscuras, niños durmiendo sin ventilación y ancianos atrapados en edificios sin ascensor. Otra noche de angustia, otro día sin respuestas.
Lo más alarmante no es que haya ocurrido... ¡Es que sigue ocurriendo! Es que ya nadie se sorprende. Los apagones dejaron de ser una excepción para convertirse en rutina. Y la gente, cansada, comienza a hablar más alto. “Ya no es un problema técnico, es abandono”, escribió un joven en Facebook. “Una ciudad sin luz, sin agua y sin esperanza no puede respirar”, publicó una madre en X, con una foto de su hijo haciendo tareas bajo la luz de una linterna.
En grupos de WhatsApp, Telegram y en las colas, el malestar es cada vez más evidente. Y aunque muchos aún se cuidan de hablar públicamente, el murmullo es cada vez más fuerte. Se escucha. Se siente.
Mientras tanto, el discurso oficial sigue siendo el mismo: “transición energética”, “planificación”, “recuperación progresiva”. Palabras grandes para una realidad chiquita que se repite: noches sin dormir, alimentos que se echan a perder, niños que no pueden estudiar, personas que no pueden bañarse, hospitales al límite, calles vacías porque no hay ánimo ni seguridad para salir.
Todo eso es la crisis energética, una que no se resuelve con comunicados, sino con acciones reales. Y, por ahora, esas acciones brillan por su ausencia.
Hoy La Habana no solo está sin corriente. Está desconectada de las promesas. Desconectada de las soluciones. Desconectada de quienes deberían garantizar algo tan básico como vivir con dignidad. Y mientras no cambie eso, el apagón más grande seguirá siendo el que lleva años apagando la paciencia de un pueblo entero.
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