Como ya se ha hecho habitual en su sección "He estado pensando..." el padre Alberto Reyes Pías aborda un tema de la actualidad que vive el pueblo cubano. En esta ocasión, su mensaje despierta un profundo debate entre cubanos dentro y fuera de la Isla. Su reflexión, cargada de verdad y dolor, toca fibras que muchos han preferido callar por miedo o por cansancio.
"Cuando nos preparábamos para la esperada visita de Juan Pablo II, en todas las diócesis se animó a los cristianos a ir casa por casa a invitar a las familias al encuentro con el Papa.
"Una monja tocó en un apartamento del primer piso de un edificio, donde fue recibida cordial y amigablemente por la familia. La invitaron a pasar, la escucharon, conversaron… Al despedirse, le dijeron: “Hermana, no vaya al apartamento del cuarto piso, porque esa gente son unos comunistas que no creen ni en su madre”.
"La monja, por supuesto, visitó a los del cuarto piso, que la recibieron y la acogieron estupendamente, y que, al despedirla, le dijeron: “Hermana, no se le ocurra ir al apartamento del primer piso, porque ahí viven unos comunistas que no creen ni en su madre”.
"Uno de los mayores ´logros´ del sistema implantado en Cuba ha sido lograr que desconfiemos todos de todos. Recuerdo haber oído hasta la saciedad la frase: “Cuídate, tú no sabes nunca con quién estás hablando”.
"Es verdad que el sistema siempre ha contado con un ejército de delatores, y eso siempre ha sido motivo tanto de temor como de excusa para levantar todo tipo de barreras, pero más allá de eso, este modo de obrar ha sembrado en nosotros la mentalidad de que, en realidad, no podemos unirnos en un frente común para reclamar nuestro derecho a ser una nación libre, democrática y próspera.
"Nos han hecho creer que estamos más divididos de lo que en realidad podemos estar. Nos han hecho creer que es imposible que nos solidaricemos los unos con los otros, y que todo intento de apoyar al que disiente está destinado al fracaso. Nos han hecho creer que tienen un control inamovible sobre este pueblo, y que nunca seremos capaces de hacerles perder ese control.
Nos han hecho creer que por mucho que nos manifestemos todo será inútil, y que no vale la pena salir a las calles a pedir la libertad que necesitamos y nos merecemos. Nos han hecho creer que somos un pueblo dividido que nunca podrá levantarse. Nos han hecho creer que nunca más habrá otro 11 de julio.
"Y sin embargo, cuando aquí y allá se habla con la gente, en privado o en pequeños grupos, Cuba se homogeniza, y nos damos cuenta de que somos un pueblo que quiere lo mismo. Da igual que seas “cubano de a pie”, funcionario público, o agente del orden, cuando se logra atravesar la barrera de la desconfianza, cuando se logra entrar en la zona de la verdad individual, se descubre que somos un pueblo con un sentir único: el fin de esta dictadura y la llegada de un nuevo tiempo de libertad, de justicia y de prosperidad, la llegada de un tiempo donde podamos vivir sin miedo, sin tener que cuidarnos los unos de los otros, un tiempo donde podamos vivir y no sobrevivir.
"Nos han hecho creer que no podemos cambiar las cosas, pero eso no es cierto" concluye el padre Alberto.
Múltiples son los comentarios que ha despertado este artículo como el de Claudio Fuentes que señala la libertad no se logra con deseos ni con simples denuncias, sino con financiamiento, liderazgo y un plan real para enfrentar a la tiranía. Mientras esos tres pilares no existan, seguiremos atrapados en un círculo de frustración, discursos vacíos y falsas promesas. Y tiene razón: el castrismo lo sabe y por eso juega con ventaja.
En los comentarios, muchos reconocen esa dolorosa verdad. José Sánchez-Gronlier lo comparó con el modelo de la Stasi en la Alemania Oriental, donde el miedo era la herramienta de control. Y como bien señaló, cuando el pueblo alemán perdió el miedo, cayó el muro de Berlín. Esa comparación no es menor: la dictadura cubana sobrevive gracias a un muro invisible construido con terror, desconfianza y delaciones entre vecinos, familiares y hasta amigos.
Otros, como Magdalena Perea, van más allá y señalan que esta lucha también es espiritual. Nos recuerda que la fe verdadera no se mide en discursos, sino en actos concretos, y que la violencia de un régimen solo evidencia lo débil de su propuesta frente al corazón humano.
Sin embargo, también está la amarga experiencia de cubanos como Daniel Morales, quien asegura que muchas veces fue el propio pueblo quien apoyó a las turbas, quien gritó paredón, quien se prestó al odio fabricado desde arriba. En sus palabras hay un eco incómodo: ¿somos también culpables de nuestras cadenas?
La comunidad, reflejada en más de un centenar de reacciones, coincide en algo: el comunismo ha sembrado desconfianza y miedo entre cubanos para dividirlos, aplicando el viejo principio de “divide y vencerás”. Hoy, el desafío no es solo derrotar a la dictadura, sino derrotar esa semilla de odio que ha contaminado nuestra vida diaria.
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