Habitual en nuestras páginas, el sacerdote camagüeyano Alberto Reyes Pías, se ha caracterizado por sus firmes críticas al régimen castrista y su defensa de los derechos humanos en Cuba. El padre Alberto Reyes nació en Camagüey y se ha destacado como párroco en la misma región, donde ha sido una voz activa en la lucha por la libertad religiosa y la dignidad humana.
“No es casual que después del pecado original aparezca el asesinato del hermano.” Con esta afirmación, el padre Alberto Reyes Pías nos invita a mirar con otros ojos la tragedia moral, política y humana que vive Cuba. La narrativa del Génesis, en la que Caín mata a Abel tras la ruptura con Dios, se convierte en una clave de lectura para entender lo que ocurre en cualquier sociedad que le da la espalda a la divinidad: ¡el otro deja de ser hermano para convertirse en enemigo!
Este análisis, profundamente espiritual, se transforma en una denuncia directa y valiente contra el modelo político vigente en la Isla. No se trata simplemente de una opinión religiosa: es una interpretación teológica del sufrimiento de todo un pueblo.
A juicio del sacerdote, el comunismo no ha fracasado por errores de aplicación, como insisten muchos intelectuales; ha fracasado porque excluye a Dios, y al hacerlo, usurpa su lugar.
“Quien excluye a Dios se siente dueño de la vida de los otros.” No hay mayor violencia que esa: pretender administrar el destino de millones desde una ideología que niega la dignidad trascendente del ser humano. Esta es la raíz —nos dice el padre Alberto— de la represión, del hambre, de la miseria, de la deshumanización generalizada. Y es también la explicación de por qué, tras más de seis décadas de promesas y discursos, Cuba permanece atrapada en un limbo sin salida, donde la vida se apaga sin electricidad y la palabra se reprime bajo el miedo.
“Somos los hermanos a los que no importa oprimir, encarcelar, dejar morir e incluso matar.” Esta frase resume con fuerza la desesperanza que se ha instalado en la conciencia colectiva. El poder, endurecido, ya no ve rostros, sólo sombras culpables. Se ha borrado toda empatía. Ya no hay espacio para el perdón ni para el diálogo.
Y lo peor, según advierte el sacerdote, es que los que mandan están convencidos de que el pueblo merece su castigo. La oscuridad, al haber sustituido la luz de Dios, ha deformado la mirada: todo el que sufre, lo hace por culpa propia; todo el que reclama, es un traidor; todo el que piensa diferente, es un enemigo.
Frente a esta noche moral que parece interminable, el padre Alberto no ofrece recetas ni pronósticos, pero deja un llamado firme a la responsabilidad. “No sé cómo ni cuándo saldremos, pero sí sé que nos toca a nosotros buscar la salida.”
"La libertad no vendrá de arriba. No vendrá de los mismos que han desfigurado al pueblo y le han negado su humanidad. Vendrá desde abajo, desde el despertar de los que aún creen en la fraternidad, en la justicia, en la dignidad del ser humano y —sobre todo— en la presencia de Dios como garante de toda libertad"
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