El robo de aceite dieléctrico de transformadores eléctricos, recientemente reportado por el periódico oficialista "Sierra Maestra", es una manifestación preocupante del deterioro social y económico en Cuba. Este delito no solo refleja la desesperación y falta de oportunidades de una parte de la población, sino también las graves deficiencias estructurales que enfrenta el país.
En el municipio de San Luis, Santiago de Cuba, un transformador de la Subestación Paquito Rosales sufrió la sustracción de unos 300 litros de aceite dieléctrico. Este incidente dejó a miles de personas sin electricidad en comunidades como Paquito Rosales, Dos Caminos y Estrella Roja. Este tipo de aceite es esencial para el funcionamiento y la vida útil de los transformadores, al servir como aislante y refrigerante.
Las autoridades locales, incluidas la primera secretaria del Partido en Santiago, Beatriz Johnson Urrutia, y el gobernador provincial, Manuel Falcón Hernández, prometieron “mano dura” contra los responsables. Mientras tanto, se implementaron medidas provisionales, como la instalación de un transformador de menor capacidad y la rotación del servicio eléctrico en las áreas afectadas.
Sin embargo, estos esfuerzos, aunque necesarios, no logran paliar el impacto que este tipo de delitos tiene en una población ya agotada por los prolongados apagones, el aumento de los precios y la escasez generalizada.
El artículo oficialista de "Sierra Maestra" culpa a “inescrupulosos oportunistas” y sugiere que algunos podrían estar motivados por intereses desestabilizadores. Pero esta narrativa ignora un hecho esencial: delitos como este surgen en contextos de crisis extrema, donde la población lucha por sobrevivir.
Cuba atraviesa una de sus peores crisis energéticas en décadas. Los apagones prolongados han generado frustración y desesperación en la población. Además, el creciente mercado negro, incentivado por la escasez de productos básicos, ofrece incentivos para la comisión de delitos como el robo de aceite dieléctrico, que puede venderse para otros usos industriales o incluso para fabricar combustibles caseros.
En un país donde el salario promedio apenas cubre las necesidades más básicas, no sorprende que algunas personas recurran a actividades ilícitas para subsistir. Esto no justifica el daño social y económico que generan, pero sí evidencia la gravedad del colapso del tejido social en Cuba.
El robo de aceite de transformadores es solo un síntoma de un problema mayor: un país sumido en el caos, donde la falta de gobernanza efectiva y las malas decisiones económicas han debilitado tanto las instituciones como la confianza de la población en ellas.
La respuesta del gobierno, centrada en promesas de justicia severa y medidas punitivas, no aborda las causas estructurales que permiten que este tipo de delitos proliferen. La precariedad en la vida cotidiana, la corrupción y la falta de alternativas económicas reales para la población son factores que alimentan este círculo vicioso.
La narrativa oficialista intenta desviar la atención de la responsabilidad del Estado en la crisis energética y social. En lugar de abordar las raíces del problema, como la falta de inversiones en infraestructura eléctrica, el gobierno utiliza estos incidentes para reforzar su control social y justificar la represión.
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