La mañana del miércoles, Corea del Sur presenció un hecho sin precedentes: el arresto del presidente destituido Yoon Suk-yeol, acusado de insurrección tras intentar imponer la ley marcial en diciembre. Esta acción marca la primera vez en la historia del país que un mandatario en funciones es detenido por la Oficina de Investigación de la Corrupción (CIO), desencadenando una serie de reacciones políticas y sociales.
El arresto ocurrió a las 10:33 a.m. hora local, cuando cientos de agentes anticorrupción y policías irrumpieron en la residencia presidencial de Yoon en Seúl. Tras semanas de tensiones y enfrentamientos, la operación, que incluyó escaladas de muros y acceso por senderos traseros para sortear las barricadas del Servicio de Seguridad Presidencial (PSS), concluyó con la detención del mandatario depuesto.
En un mensaje pregrabado divulgado el mismo día, Yoon expresó que decidió colaborar con las autoridades para evitar un “derramamiento de sangre”, aunque reiteró que considera ilegal el proceso en su contra. “Cumplo con este procedimiento para prevenir cualquier situación grave”, afirmó. Sin embargo, su equipo legal calificó la orden de arresto como una violación de sus derechos constitucionales.
El Partido Democrático, principal fuerza de oposición, celebró la detención como un paso hacia la restauración del orden constitucional y la democracia. Su líder parlamentario, Park Chan-dae, declaró que este hecho confirma que la justicia y la autoridad pública permanecen vivas en Corea del Sur.
Por otro lado, simpatizantes del expresidente se congregaron frente a la residencia presidencial, ondeando banderas de Corea del Sur y Estados Unidos, y denunciando la supuesta ilegalidad de la orden de arresto. Legisladores del Partido del Poder Popular (PPP) intentaron bloquear el acceso de los investigadores, mientras el complejo se transformaba en una "fortaleza" protegida por barricadas y alambres de púas. A pesar de las tensiones, las fuerzas de seguridad lograron ejecutar la detención sin uso de armas, priorizando la seguridad de los involucrados.
Yoon Suk-yeol enfrenta un juicio en el Tribunal Constitucional, que decidirá si ratifica la moción de destitución aprobada previamente por el Parlamento. Mientras tanto, el expresidente puede ser retenido hasta por 48 horas bajo la orden actual, aunque los investigadores deberán obtener una extensión si buscan prolongar su detención.
La detención de Yoon no solo refleja una crisis política, sino que también pone a prueba la fortaleza de las instituciones democráticas de Corea del Sur. La oposición ve este momento como una oportunidad para restablecer el estado de derecho, mientras el oficialismo enfrenta el reto de justificar su papel en la protección del expresidente.
El arresto de Yoon Suk-yeol marca un antes y un después en la historia política surcoreana. Más allá de las divisiones ideológicas, este episodio subraya la importancia de la transparencia y la rendición de cuentas en el ejercicio del poder. Para algunos, representa la caída de un líder que intentó subvertir el orden constitucional; para otros, un símbolo de resistencia ante lo que consideran una persecución política.
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