La historia de una anciana de 78 años en la comunidad Matías La Poza, en el municipio Tercer Frente, Santiago de Cuba, ha estremecido a quienes han tenido el valor de mirar de frente la dura realidad que se vive en muchas zonas rurales del país. Su caso, compartido en redes sociales, expone una tragedia silenciosa que se repite en cientos de hogares donde la pobreza extrema ya no es una excepción, sino un destino impuesto.
Esta abuela, a punto de cumplir 80 años, vive sola junto a su hijo, quien también padece serios problemas de salud. Juntos sobreviven en una “casita” que ya no puede considerarse hogar: un techo deteriorado que deja pasar la lluvia por todos lados, paredes incapaces de proteger y un piso que, cuando llueve, se convierte en un lodazal. Hace apenas unos días, al pasar por el lugar, una testigo relató que había más fango dentro de la vivienda que en el patio exterior.
La imagen más dolorosa es, sin duda, el lugar donde duerme la anciana: un bastidor de alambres oxidados cubierto únicamente por hojas de guano que hacen las veces de colchón. No hay sábanas, no hay almohada, no hay dignidad.
Cada noche esta mujer mayor se acuesta sobre metal oxidado y fibras secas, expuesta a infecciones, dolores y al implacable deterioro de su salud física y emocional.
La situación se agrava aún más al saber que no cuentan con comida suficiente, que no tienen medicinas y que prácticamente no reciben ayuda de nadie. No se trata de un caso aislado ni de una exageración mediática. Es una realidad que viven miles de ancianos cubanos en zonas apartadas, abandonados por las instituciones que deberían garantizarles protección y bienestar.
El llamado es urgente: esta abuela necesita un techo reparado, un colchón digno, alimentos básicos, medicinas y cualquier mano solidaria que pueda aliviar su sufrimiento. La indiferencia solo prolonga la agonía de quienes ya han dado todo en su vida y hoy apenas reciben olvido.
Compartir esta historia no cuesta nada, pero puede significar muchísimo. Hoy es esta anciana y su hijo; mañana puede ser cualquier madre, cualquier abuela, cualquier ser humano que merece vivir sus últimos años con dignidad.
Del perfil de Irma Broek