En un momento en que Cuba enfrenta epidemias, desabastecimiento, injusticias y la angustia de quienes arriesgan la vida en huelgas de hambre, también existen batallas silenciosas que se libran dentro de los hogares.
En el Naranjal, un edificio de cuarenta apartamentos lleva 17 días sumido en la oscuridad, sin agua, sin posibilidades de cocinar y sin condiciones mínimas para mantener la higiene. Lo que comenzó como la rotura de un transformador se ha convertido en el reflejo más crudo de la desprotección institucional que padecen miles de familias.
Mientras las principales figuras de la dictadura repiten que “nadie queda desamparado”, en este edificio conviven ancianos frágiles, niños pequeños y personas que aún se recuperan de enfermedades respiratorias.
Ningún funcionario ha puesto un pie allí. No ha llegado una pipa de agua, no ha llegado gas, no ha llegado ayuda. Lo único que ha llegado es el silencio oficial, un silencio que pesa tanto como la temperatura que se acumula en viviendas donde no hay ventiladores, ni neveras, ni un mínimo de alivio.
La profesora Alina Bárbara Hernández López se hace eco de esta penosa situación y recuerda que ya son 17 los días en que cuarenta apartamentos permanecemos sin corriente, sin agua, sin posibilidad de cocinar nuestros alimentos, con montañas de ropa sucia, y con viviendas sin higienización adecuada.
A ella se suma su hija, Lilian Borroto López, que insiste en que la respuesta del gobierno ha sido nula y se suma al reclamo de todos los vecinos.
"Estamos recayendo en la solidaridad de buenos vecinos, somos nómadas con las ollas eléctricas, los ventiladores recargables (los que tenemos el privilegio de dormir un poco) y los teléfonos a cruzar la calle y ponerlos en las casas que se nos brindan
"Los vecinos, cansados de esperar promesas que nunca se cumplen, han recurrido a la solidaridad entre ellos: comparten enchufes con quienes viven en calles cercanas, cargan recipientes de agua como pueden, cocinan en casas ajenas, y se turnan para ayudar a los más vulnerables"
El pasado viernes una comisión vecinal acudió al gobierno municipal. Fueron atendidos con amabilidad, pero sin soluciones. Les aseguraron una respuesta urgente que jamás llegó. Hoy, nuevamente, un grupo de residentes se prepara para plantarse allí y no moverse hasta que alguien los acompañe a evaluar la situación. “Ustedes leen nuestras publicaciones”, advierten. “Vean bien la respuesta que van a dar”.
No se trata solo de electricidad o agua; se trata de dignidad. Se trata de un gobierno que debe proteger a quienes representa y que, una vez más, no aparece cuando más se le necesita. Es admirable ver a personas que, aun viviendo en condiciones extremas, encuentran fuerzas para exigir no solo por ellas, sino también por quienes callan por miedo o costumbre.
La comunidad ya tuvo suficiente paciencia. Ahora exige acción real. Porque ningún pueblo puede vivir eternamente entre la oscuridad, la sed y el olvido.
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