La dictadura cubana ha intensificado su ataque mediático contra Mike Hammer, Encargado de Negocios de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, dejando en evidencia su incomodidad ante la creciente popularidad del diplomático entre el pueblo cubano. En un nuevo intento por desacreditarlo, el portal oficialista Cubadebate publicó un artículo plagado de insultos y narrativa obsoleta, titulado “Un profeta sin mensaje”, en el que se acusa a Hammer de promover la desobediencia civil y de representar los intereses “terroristas” del exilio cubano.
Lo que realmente molesta al régimen no son los saludos de Hammer en la calle ni sus visitas a sitios comunes, sino el impacto positivo que su presencia está teniendo en la ciudadanía. Mientras los funcionarios del régimen viajan en autos blindados y se esconden tras muros ideológicos y físicos, Hammer ha optado por acercarse a los cubanos de a pie, visitar barrios, conversar con la gente, y —quizás lo más ofensivo para el castrismo— escuchar sin miedo ni prepotencia.
El artículo de Cubadebate, como es habitual, responsabiliza a Estados Unidos de la crisis en Cuba, alegando bloqueo, presiones económicas, sabotaje al turismo y guerra mediática. Sin embargo, lo que no mencionan es que los males de Cuba —el desabastecimiento, la inflación, el colapso energético, la represión y el éxodo masivo— tienen raíces profundas en la incompetencia e ineptitud de un sistema que ha fracasado durante más de seis décadas. El embargo no impide que Cuba produzca alimentos, que garantice medicinas básicas o que sus dirigentes rindan cuentas por la miseria en la que han sumido al país.
En días recientes, la Seguridad del Estado protagonizó un vergonzoso acto de repudio en la lancha de Regla, intentando intimidar a Hammer durante una visita que, lejos de causar rechazo, generó muestras de apoyo por parte de los ciudadanos. El contraste entre el respeto ganado por el diplomático y el desprecio cada vez más generalizado hacia los agentes del régimen fue evidente. La dictadura no soporta que un extranjero reciba el cariño popular que ella misma ha perdido por completo.
La retórica usada por Cubadebate recuerda a los panfletos soviéticos de la Guerra Fría, vacíos de argumentos y llenos de adjetivos. Llamar a Hammer “Oso Yogui” o “profeta sin mensaje” no es sólo ridículo, sino sintomático de una prensa subordinada a la Seguridad del Estado, incapaz de asumir que el problema no está fuera, sino dentro del Palacio de la Revolución.
El intento por vincular a Hammer con “la mafia anticubana” o tildarlo de “provocador” no es más que una cortina de humo para evitar que se hable de la verdadera tragedia: la ruina de un país por culpa de un modelo político que no funciona, que ha destrozado la economía nacional, criminalizado el pensamiento diferente y provocado la mayor crisis migratoria de su historia.
La dictadura teme a Mike Hammer no porque tenga una agenda oculta, sino porque su presencia evidencia la falta de contacto del régimen con su propio pueblo. El diplomático estadounidense representa lo que los cubanos hace tiempo no ven en sus propios gobernantes: empatía, respeto, humanidad. Y eso, para el castrismo, es intolerable.
Ante la simpatía que despierta Hammer y su creciente conexión con la ciudadanía, el oficialismo parece no encontrar cómo quitárselo de encima. Las maniobras de descrédito no hacen más que confirmar una verdad cada vez más visible: el régimen está perdiendo la batalla de la narrativa, y lo sabe.
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