Cuba se encuentra sumida en una de las peores crisis económicas de su historia reciente, un callejón sin salida que el propio régimen reconoce, pero del cual no puede escapar porque es su creador. Tras más de seis décadas de centralización absoluta, improvisación y dogmatismo ideológico, el país ha quedado atrapado en un sistema inoperante que nunca se atrevieron a reformar de manera real. Hoy, la isla enfrenta una tormenta perfecta de inflación, escasez, caída productiva y empobrecimiento generalizado.
Esta situación quedó reflejada en un extenso informe publicado por el medio oficialista Cubadebate, bajo el título “Sobre la crisis económica en Cuba: Un apunte a su naturaleza y orígenes”. El documento, elaborado con un tono técnico pero revelador, expone con cifras oficiales la magnitud del colapso económico que atraviesa el país: una contracción general de la producción, una inflación desbordada y un empobrecimiento sostenido de la población. Aunque el texto evita cuestionar directamente al régimen, sus propios datos terminan retratando la gravedad de la crisis y evidencian el fracaso estructural de un modelo que ya no logra sostener ni los niveles mínimos de bienestar.
Desde 2019, todos los indicadores económicos muestran un deterioro alarmante. El Producto Interno Bruto cayó un 11%, la producción agrícola se desplomó un 46%, la manufactura un 36% y las exportaciones más de un 35%. En paralelo, la masa monetaria se disparó en un 366%, lo que desencadenó una inflación descontrolada que pulverizó los salarios. Un trabajador estatal gana hoy menos de la mitad de lo que ganaba hace apenas cuatro años, y el peso cubano se ha depreciado casi nueve veces frente al dólar. El resultado es un país empobrecido, donde el dinero pierde valor a diario y las familias sobreviven entre apagones, colas interminables y mercados vacíos.
Esta crisis no es un simple tropiezo coyuntural, sino una crisis sistémica, que afecta simultáneamente todos los pilares de la economía: el sector productivo, el energético, las finanzas públicas, el comercio exterior, el sistema cambiario y la deuda externa. Cada uno de estos males se retroalimenta del otro: la falta de divisas impide importar insumos, lo que reduce la producción; la caída productiva reduce las exportaciones, lo que agrava la escasez de divisas; y la emisión desmedida de dinero para cubrir déficits fiscales dispara la inflación. Es un círculo vicioso del que el gobierno no logra salir porque se niega a reconocer la raíz del problema: el fracaso total del modelo socialista cubano.
El régimen culpa a factores externos —el embargo estadounidense, la pandemia o el alza de los precios internacionales—, pero la verdad es que la economía cubana ya estaba en crisis mucho antes. Desde 2012 las exportaciones han caído más de un 30%, mientras que el país se endeudaba hasta niveles insostenibles. La dependencia de Venezuela y de sus subsidios petroleros fue una trampa mortal: cuando la economía venezolana colapsó, Cuba perdió su principal fuente de ingresos y combustible. En lugar de reformar el modelo, el gobierno respondió con parches, controlando aún más los mercados y ahuyentando la inversión extranjera.
A partir de 2019, las sanciones de Estados Unidos agravaron la situación, pero no la crearon. Lo que hicieron fue desnudar la vulnerabilidad de un sistema improductivo, incapaz de sostenerse sin ayuda externa. Luego vino la pandemia, que desplomó el turismo y las exportaciones de servicios médicos, dejando al país sin divisas y paralizando las importaciones. A ello se sumó el deterioro de los términos de intercambio: Cuba paga más por lo que importa y gana menos por lo que exporta.
El resultado es un desastre estructural: los campos están improductivos, las fábricas medio paralizadas, las tiendas vacías, y el pueblo hundido en una pobreza creciente. La inflación desbocada y la devaluación del peso han hecho que los salarios pierdan sentido; los cubanos cobran en una moneda que ya no compra casi nada. La economía informal y las remesas son las únicas válvulas de escape de una sociedad exhausta, mientras el Estado sigue gastando en propaganda y represión.
El gobierno de Díaz-Canel insiste en hablar de “resistencia” y “bloqueo”, pero evita mencionar que el verdadero bloqueo es interno: un sistema que asfixia la iniciativa privada, destruye la productividad y castiga la eficiencia. La “Tarea Ordenamiento”, lejos de ordenar, provocó el caos: multiplicó los precios, disparó la inflación y hundió aún más a la población en la miseria.
Cuba está hoy en un punto de inflexión. Sin un cambio profundo de modelo —una apertura real al mercado, al trabajo libre y a la inversión privada—, la isla seguirá hundiéndose en su propio fracaso. El régimen ya no puede culpar a nadie más. Después de más de 60 años, la pobreza, la escasez y el éxodo masivo no son accidentes del camino, sino el resultado directo de una política económica diseñada para el control, no para el progreso.
El país vive el colapso previsible de un modelo agotado, sostenido artificialmente por décadas gracias a subsidios externos primero soviéticos, luego venezolanos. Hoy, sin esos respiradores financieros, la economía cubana desnuda su verdadera esencia: un sistema fallido que ya no produce ni esperanza.
(Informe Cubadebate)
El MINSAP traslada médicos a Matanzas ante crisis epidemiológica por dengue y chikungunya
Hace 1 día