Mientras el juicio de Alejandro Gil se desarrolla en La Habana, juicio que debería ser público y explicar responsabilidades; las patrullas no dejan de posesionarse delante de disidentes y periodistas de la oposición, una de ellas Camila Acosta, quien lleva años documentando lo que sucede en las calles y las camas vacías y ha vuelto a ser objeto de cerco: autos patrulleros, agentes y acoso que buscan intimidar y silenciar. Esa vigilancia no es señal de seguridad: es la confesión de un régimen que teme la verdad, nos dice Mario Pentón.
Mientras tanto, la gente sigue enfermando. No hay sueros, faltan medicamentos, las ambulancias no alcanzan; pero sí hay recursos cuando se trata de reprimir. Esa contradicción criminal pesa más que cualquier titular: familias sin respiradores, hospitales con manos vacías y policías apostados en esquinas como si la vida fuera un problema secundario. La indignación no es ideología: es hambre, miedo y cansancio acumulado.
No podemos normalizar la impunidad ni la indiferencia. Documenta lo que veas, comparte las fotos, marca a los medios y exige que el mundo no mire hacia otro lado. Que la presión internacional y la solidaridad nacional no permitan que la versión oficial sea la única versión. Que la dignidad de quien sufre sea más importante que la apariencia del poder.
Hoy más que nunca, la voz ciudadana es necesaria: publica, etiqueta, comenta. No se trata de odiar a personas; se trata de exigir hospitales que funcionen, juicios que sean transparentes y que los reporteros puedan trabajar sin miedo.
Si la represión ocupa recursos que deberían salvar vidas, estamos ante una elección moral: ¿quién cuida a quien ? Que nadie olvide las camas vacías mientras las patrullas patrullan.
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