Desde el perfil de Fidel Francisco Rangel Sánchez, se ha expresado un sentir que cada vez se hace más común entre los cubanos dentro y fuera de la isla: la indignación por la descarada contradicción entre el discurso de austeridad revolucionaria y el lujo visible de la élite gobernante.
Mientras Miguel Díaz-Canel repite en cada discurso que "hay que cuidar la revolución", demoniza el consumismo y presenta a Estados Unidos como un modelo inmoral e inhumano, el pueblo se pregunta:
¿Cuidar la revolución para qué? ¿Para quién?
Las imágenes de su esposa, Lis Cuesta —apodada "La Machi"—, desfilando en viajes diplomáticos con bolsos de Michael Kors, Prada o Carolina Herrera, zapatos costosos y accesorios de lujo, circulan por redes y medios independientes como evidencia de una casta gobernante cada vez más desconectada del pueblo. Mientras los cubanos de a pie no pueden ni comprar un litro de leche, ella va de compras por Europa.
Y no es solo ella. ¿Cómo es posible que Manuel Anido Cuesta, funcionario del régimen, viva en un lujoso apartamento en el centro de Madrid, donde el alquiler supera lo que gana un cubano en años? ¿Por qué Sandro Castro, Mariela Castro, el cangrejo (los Castros) y otros hijos de altos dirigentes viven como millonarios, manejan autos de lujo y publican sus fiestas en redes sociales, mientras los hijos de los obreros no pueden ni soñar con unas vacaciones en un campismo popular?.
¿Qué trabajo productivo han hecho estos privilegiados? Ninguno. Viven del esfuerzo, el sudor y la miseria del pueblo.
El mismo pueblo al que se le pide cuidar una revolución que ya no les pertenece, porque ha sido secuestrada por una minoría que vive como burgueses con discurso comunista.
Entonces, Díaz-Canel, ¿por qué el pueblo tiene que cuidar la revolución? ¿Para que tú y tu camarilla de barrigas grandes sigan viviendo a costa de los que realmente trabajan? ¿Para seguir manteniendo un sistema donde el que manda lo tiene todo y el que obedece no tiene nada?
El pueblo cubano está despertando. Ya no se traga las consignas, ya no cree en discursos vacíos. Porque cuando hay hambre, no hay ideología que alimente. Y cuando se sufre, la paciencia se agota.
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