La crisis energética en Cuba vuelve a mostrar su cara más dura este viernes, cuando la Unión Eléctrica (UNE) confirmó un déficit de generación que supera los 1,800 megavatios (MW), una cifra que mantiene en vilo a la población y deja claro que el sistema eléctrico nacional se encuentra al borde del colapso.
Según el informe oficial, al amanecer la capacidad disponible era de apenas 1,420 MW frente a una demanda nacional de 2,680 MW. El resultado fue más de 1,200 MW sin cubrir, lo que condenó desde las primeras horas del día a millones de cubanos a apagones generalizados, en muchos casos de más de 20 horas.
La situación se agrava por la inactividad de varias plantas claves. Permanecen fuera de servicio la unidad 2 de Felton, la 5 y 8 de Mariel, la 5 de Nuevitas y tres bloques de Renté, además de otras unidades que están detenidas por mantenimientos prolongados, como ocurre en Santa Cruz y Cienfuegos. A esta lista se suma la limitación técnica de varias termoeléctricas, que pierden potencia por problemas térmicos acumulados durante años.
El factor más crítico es la falta de combustible. La UNE reconoció que 66 centrales de generación distribuida están apagadas por carencia de diésel, lo que equivale a más de 550 MW menos. A ello se añaden otros 157 MW que no se producen por ausencia de lubricantes, elevando el total de energía perdida a más de 700 MW.
Aunque las autoridades intentaron resaltar la aportación de los parques solares —que alcanzaron un pico de 583 MW al mediodía del jueves—, estas cifras son insuficientes para compensar un déficit que en el horario pico de la noche roza los 1,900 MW.
En La Habana, la propia Empresa Eléctrica reconoció afectaciones masivas. Con un déficit de 410 MW a las 10:00 pm del jueves, se vieron obligados a desconectar seis bloques completos, dejando barrios enteros en penumbras.
Más allá de los tecnicismos, la realidad es que la crisis eléctrica en Cuba no es un problema coyuntural, sino estructural. Décadas de desinversión, falta de mantenimiento e improvisación han llevado al sistema a un punto de quiebre. El resultado es un país donde la oscuridad se ha vuelto rutina, con consecuencias directas en la alimentación, la economía y la salud de una población agotada por vivir permanentemente en apagón.
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