José "Pepe" Mujica, expresidente de Uruguay y figura emblemática de la política latinoamericana, ha enfrentado su vida con una honestidad brutal y una filosofía marcada por la austeridad y la lucha por la felicidad humana. A sus 89 años, Mujica sigue siendo un "viejo raro", como él mismo se define, que no encaja en el mundo moderno, pero cuyo pensamiento continúa resonando más allá de las fronteras de su pequeña granja en las afueras de Montevideo.
Mujica, conocido por su estilo de vida humilde y su rechazo a los lujos del poder, está librando una nueva batalla, esta vez contra un enemigo que él sabe invencible: la muerte. En abril de este año, anunció que se sometería a un tratamiento de radioterapia para combatir un tumor en el esófago. Con una franqueza que desarma, Mujica admite que este proceso lo ha dejado "deshecho". El cáncer, sumado a una enfermedad autoinmune que lo aqueja desde hace tiempo, lo ha debilitado, pero no ha conseguido apagar su espíritu reflexivo ni su capacidad para cuestionar el rumbo de la humanidad.
En su casa, rodeado de libros y tarros de verduras encurtidas, Mujica comparte sus pensamientos con una lucidez que solo alguien que ha vivido plenamente puede tener. Para él, la humanidad está en una encrucijada, dominada por un mercado que nos convierte en "voraces compradores" y nos aleja del verdadero sentido de la vida. "Gastamos tiempo inútil", dice, lamentando que la vida se esté desperdiciando en satisfacer necesidades artificiales impuestas por la sociedad de consumo. Mujica sostiene que la verdadera libertad se encuentra en escapar de la "ley de la necesidad" y vivir una vida más sobria y significativa.
A pesar de su pesimismo sobre el futuro de la humanidad, Mujica no ha perdido su amor por la vida. "La vida es hermosa", afirma, incluso mientras enfrenta su inevitable final. Para él, encontrar una causa que dé sentido a la existencia es esencial, ya sea a través de la investigación, la música o cualquier otra pasión que llene la vida de significado. En su caso, esa causa ha sido siempre la lucha por un mundo más justo y humano.
Mujica también reflexiona sobre la tecnología, señalando que, aunque los avances tecnológicos son asombrosos, hemos fallado en utilizarlos para mejorar nuestros valores. "Nada sustituye esto", dice, refiriéndose a la conversación cara a cara, al contacto humano que considera insustituible.
En sus últimos años, Mujica sigue siendo un hombre de principios, alguien que, a pesar de su creciente fragilidad física, mantiene una mente aguda y un corazón lleno de convicciones. Se enfrenta a la muerte con la misma serenidad con la que ha vivido su vida: con una mezcla de aceptación, reflexión y un inquebrantable amor por la humanidad, a pesar de todas sus contradicciones.
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