Antes de ponerse una camisa blanca y acomodarse el pelo para sentarse delante de la cámara, Francisco Gattorno (Santa Clara, 1964) hace café y dos o tres chistes. Ha comprado rosas y girasoles, y señala que él mismo cultiva algunos de los alimentos que consume. Se nota que es un hombre metódico y que lee mucho. A la sala de su apartamento en Miami no le caben más premios en las paredes; tampoco más buena energía. Conocerlo a sus 58 años me lleva ineludiblemente a los noventa, cuando era el galán de las telenovelas mexicanas que mi madre veía en casetes VHS.
Con casi cuatro décadas de experiencia en la interpretación, el protagonista de exitosos culebrones como ‘La dueña’ o ‘Laberintos de pasión’ no siempre quiso actuar. Cuando era un jovencito le apasionaba la idea de ser espeleólogo y se escapaba con sus amigos a recorrer los “bellísimos” sistemas cavernarios de la otrora provincia Las Villas. Tenía “un concepto de la amistad muy grande”. “Éramos una manada que andábamos siempre de un lado a otro. Son amigos que conservo hasta el día de hoy, los que me han acompañado durante toda mi vida”, dice con la voz repleta de nostalgia.
Hijo de inmigrante español y de madre de sangre haitiana, Gattorno tuvo una infancia “súper privilegiada", “de millonario". Sus abuelos paternos vivían en una finca grandísima en el campo, donde se celebraban todos sus cumpleaños. Fue una etapa “muy alegre” y “tranquila”, “llena de valores” y “de anécdotas”. Jugaba béisbol, pimpón o basket en el parque que estaba pegado a su casa. Con apenas cinco años ya se iba a nadar al río, a montar caballo o bicicleta y a cazar langostas con escopetas submarinas hechas con tubos y aletas cosidas con nylon.
A punto de estrenarse ahora como director de una obra de teatro en Nueva York, Gattorno relata una riesgosa travesura que hizo en tiempos de mucha escasez y de mucha imaginación. Fue un día en que su papá se había ido de viaje y a sus amigos y a él, con 12 o 13 años, se les ocurrió “la brillante idea” de llenar un tanque de oxígeno con el aire de una gasolinera. Ríe ahora al reconocer que “no nos morimos de milagro, pero pudimos llevarnos el tanque y saber lo que era respirar por primera vez debajo del agua. Por supuesto, salimos tosiendo y soltando pedazos de tira de carbón”.
-¿Qué cambió para ti después de haber hecho ‘Fresa y chocolate’, una película que este año cumple tres décadas?
-Yo estudié en el Instituto Superior de Arte, donde estaba el Country Club de La Habana, y mis inicios fueron en un programa que se llamó ‘La hora de las brujas’, que dirigió Manolito Gómez; y con una invitación a ‘Para bailar’. Así empecé a cogerle el gusto a la televisión. Luego estuve en el teatro con Flora Lauten, que montó una versión muy bonita de ‘El pequeño príncipe’; y participé en mi primera película, ‘Una novia para David’, con la dirección de Orlando Rojas y el guión de Senel Paz. Recuerdo que Orlando quería trabajar con actores que no tuvieran experiencia, que no estuvieran digamos “maleados” por la televisión o el cine. Además, el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) estaba pasando por un proceso de reestructuración. Alfredo Guevara ya no estaba allí y el presupuesto de 15 años se lo habían gastado en ‘Lucía’, de Humberto Solás, que se acababa de hacer, por lo que ‘Una novia para David’ vino a refrescar la tensión que había y permitió que le empezaran a dar chances a nuevos talentos. Fue una experiencia lindísima con María Isabel Díaz, Jorge Luis Álvarez, Roly Peña, Rolando Tarajano, Thais Valdés, un grupazo de gente.
“Más tarde hice mi primera serie de televisión, que fue ‘Hoy es siempre todavía’, que la están transmitiendo en Cuba en estos momentos, junto a Riny Cruz, Anabel Leal, Thais Valdés y Zelma Morales, y Tony Lechuga como director. Entonces conocí el éxito en la pequeña pantalla. Yo pasaba por las calles y veía a todo el mundo pendiente de la novela. Recuerdo una escena en la que yo tocaba a la puerta buscando a mi novia y la que me abría la puerta era mi ex, la madre de mi novia actual. Es una historia preciosa sobre una profesora que se enamora de su alumno, que escribían Antonio Orlando Ferrer, Chely Lima, Alberto Ferrer y Daína Chaviano. Tener una serie de televisión de 80 capítulos con cuatro escritores en aquella época era algo increíble. Imagina que ‘Friends’ se hizo con 120. La veo ahora, pasado tanto tiempo, y noto que todavía se mantiene fresca. Luego estuve en ‘Shiralad’.
“Pero, aunque ‘Una novia para David’ había ido a San Sebastián y había ganado algunos premios, fue ‘Fresa y chocolate’ la puerta grande que hizo que me viera en el extranjero porque estuvo nominada como Mejor Película Extranjera en los premios Oscar. Perdimos con ‘Burnt by the Sun’, que se la recomiendo a todo el mundo y que es de mi segundo director de cine favorito, el soviético Nikita Mijalkov. Se trata de una cinta súper hermosa que habla de la transición del Socialismo a lo que fue la Glasnost. Después del éxito de ‘Fresa y chocolate’ me fui México y empecé a hacer mis primeros castings”.
-¿Qué fue lo más difícil de entrar en un mundo tan competitivo como el de las telenovelas mexicanas y además hacerlo con éxito? ¿Fue el acento, el haber partido y dejado todo atrás?
-Fue una mezcla de todas esas cosas. Recuerdo que fui a México para el estreno de ‘Fresa y chocolate’, ya que uno de los productores de la película, Nacho Cobo, que fue el que apostó por el proyecto y el que puso el dinero, es dueño de una cadena hotelera mexicana. De hecho, toda la posproducción de la película se hizo en el D.F. Y la ocasión coincidió con una invitación que me hicieron para trabajar como modelo en el mismo país. Se hizo una presentación en la que estuvieron el propio Titón (Tomás Gutiérrez Alea), Juan Carlos Tabío, Mirtha Ibarra, Jorge Perugorría y Vladimir Cruz. Anteriormente yo solo había viajado a Angola a hacer ‘Caravana’, una película dirigida por Rogelio París que se filmó en un año. Fue una vivencia que nos cambió la vida a todos los que estábamos allí porque vimos cosas que no se van a volver a ver nunca más, cosas muy específicas que solo pasan en África.
“Igual fue duro adaptarse a la ciudad de México, que es inmensa. Te pierdes allí. Son veintitantos millones de habitantes. Es una metrópolis, de las más populosas del mundo, como Nueva York o Nueva Delhi. Sin embargo, tuve la suerte de encontrarme con algunos amigos que me echaron la mano cuando llegué y me quedé en la calle como muchos cubanos a los que les ha pasado y los han recogido almas caritativas, entre ellas Florinda Mesa, que sería productora de ‘La dueña’, la primera novela que hice en México y que en Cuba se veía mucho. ‘La dueña’ fue la entrada a la fama porque tuvo muchísimo éxito. Firmé entonces contrato con Televisa por diez años y comencé a viajar a Estados Unidos.
“Así conocí el Repertorio Español del Teatro en Nueva York, un teatrito que está en la 27 entre Lexington y la Tercera en Manhattan, que es off Broadway. Venían muchos grupos de Cuba a Nueva York y de Nueva York también se iban a Cuba. Había un intercambio cultural que nunca más se ha vuelto a lograr. En aquella época todo era más suave, de manera más lógica y orgánica”.
-En los últimos tiempos has estado más distante de la cámara, ¿ha sido porque te han alejado o porque te has alejado tú?
-Estuve más activo antes de la pandemia, cuando hice una obra de teatro en Nueva York, ‘Doña Flor y sus dos maridos’, que estuvo en el Repertorio Español durante 12 años; y una película en Panamá. Pero sin actuar he estado solo tres o cuatro meses que me he tomado para mí. Antes estaba casi únicamente en telenovelas porque se grababa en mucho más tiempo. Recuerdo que ‘La dueña’ se hizo en un año y dos meses, y actualmente se realizan normalmente en cuatro o cinco meses. Y el próximo 12 de abril se estrenará en Providence, Nueva York, ‘Jardín de otoño’, una comedia con la que por primera vez estaré dirigiendo en las tablas y con la que se inaugurará el teatro ECAS. Yo diría que es como una tragicomedia de la vida, escrita por la argentina Diana Rush. Habla de dos mujeres de más de 50 años que viven encerradas dentro de una pantalla de televisión porque llevan 20 años en los que lo único que hacen es ver telenovelas. Ambas se enamoran perdidamente de un actor, que es el personaje que yo interpreto, Mariano Rivas, y logran llevarlo a su casa, pero terminan descubriendo que les interesa más el que sale en la televisión que la persona de carne hueso.
-Hace poco estuviste en MasterChef Celebrity en México, o sea, que ya has demostrado tus dotes culinarias ante muchísima gente. Además, has dicho que harías cualquier cosa por tal de seguir trabajando. ¿Hasta qué punto es importante para ti mantenerte activo?
-Es algo definitivo. A mí lo que me mantiene vivo todo el tiempo es tener un proyecto. Yo no podría hacer otra cosa porque yo no sé hacer otra cosa. Ahora tengo una serie que vamos a grabar en México, del 17 al 21 de abril, que se llama ‘Amores que engañan’. Igualmente, me mantengo haciendo teatro y pequeñas apariciones en televisión. Yo no podría estar sin hacer nada. El teatro, por ejemplo, es como una droga para mí. Cuando se encienden las luces y tienes la oportunidad de dirigir, se te activan todos los sentidos. Incluso me duermo pensando en las escenas una por una, el tiempo que llevan, la luz que llevan, la música que llevan, cómo contrasta el vestuario con el ambiente o cómo se oye el sonido, si hay o no hay humo, o si pongo una lona o unos loros. El proceso de montaje de una obra teatral es igual o más emocionante que el día del estreno. Cuando tú logras que los actores te den toda su creatividad, toda su imaginación para incorporarla a los personajes, para mí es un trabajo casi psicológico con los actores. Lograr que se transformen es como meterte en la mente de otra persona para que haga lo que pide la obra y es un proceso mágico. Tengo un dicho que dice que con el cine sueño, de la televisión como, y en el teatro vivo.
“Por otro lado, MasterChef fue una experiencia mágica, un sueño de sabores, porque participé con amistades. Antes, intervine en la serie ‘El Señor de los Cielos’, de Telemundo, pero no me sentí muy contento, amén de que haya tenido un éxito tremendo, porque me propusieron un personaje que después se fue diluyendo. A eso se suma que yo entré a la serie en una etapa muy convulsa porque el protagonista tuvo problemas y lo sustituyeron por otro actor. Si le pudiera dar atrás al tiempo no lo hubiera hecho. Aplaudo el éxito que ha tenido, pero mi experiencia personal allí no fue muy agradable”.
-¿Quién es Popi?
-Popi fue el apodo que me pusieron porque a mi padre le decían así. Él había hecho un comercial sobre una harina que se llamaba Popeye y él hacía del propio Popeye. Y como el diminutivo de Popeye era Popi, así me conocen los amigos de Santa Clara de esa época.
-Tras tantos años fuera de Cuba, ¿en algún momento te has sentido menos cubano?
-Para nada. A Cuba le debo lo que aprendí, quien soy, pero el mundo me sigue sorprendiendo. Sigo descubriendo lugares. Yo vivo más tiempo en México porque es el país que realmente me acogió y donde más libre me siento, aunque Estados Unidos también me ha dado la libertad. Tengo una relación mucho más profunda de amor con México porque fue hacia donde salí. Es un país al que adoro, al que le tengo un amor especial porque es como mi segunda patria, es el lugar donde más seguidores tengo y donde más gente me quiere, y eso es algo que no hay cómo corresponder.
-Sé que has vuelto a Cuba varias veces. ¿Qué es lo que más te duele, lo que más te entristece de la Cuba que has visto en los últimos años?
-Me viene a la mente ahora mismo una novela que escribió un gran amigo mío, que en paz descanse, Eliseo Alberto, que se llama ‘Informe contra mí mismo’, y en la que habla sobre sus últimos años en Cuba antes de emigrar a México, como muchos cubanos que hemos salido de la isla porque ya se sentían como que estaban muriendo allí y que querían vivir otras experiencias. Al final de la novela, que he leído tres o cuatro veces, él explica por qué se fue de Cuba, nombrando a todas las personas que habían formado parte de su vida y que se habían ido. Son como 20 páginas que escribe poniendo nombre por nombre.
“Yo he tenido que ir porque tengo a mi madre y familiares allá que no pueden salir ya de Cuba por cuestiones de salud y lo que me entristece es que siento que Cuba se ha quedado en el pasado. Ir a Cuba es como viajar en la máquina del tiempo a los años 60. Se está cayendo todo allá. La cara de la gente, la manera de sobrevivir, la escasez, la miseria espiritual que se empieza sentir ahí en la gente, es lo que más me duele de Cuba. Creo que es un país que merece un cambio definitivo, que el mundo se abra Cuba y que Cuba se abra al mundo. Estamos viviendo una etapa en la que cada vez se ve más lejano que en Cuba pueda haber un cambio de pensamiento, libertad de expresión, un apoyo a los artistas, a la gente, como en esa de Cuba de los años 50 donde había un boom literario, con escritores como Reinaldo Arenas y Virgilio (Piñera), o todo lo que fue ‘Lunes de Revolución’, que hubiera un intercambio con el mundo cultural. Cuba se ha ido cerrando cada vez más. Es un país encerrado en el tiempo.
-¿Percibes algún síntoma de mejoría, alguna posibilidad de cambio?
-Me he vuelto un poco ateo en el tema porque me he cansado de hablar de lo mismo durante muchos años y veo que hay una especie de estancamiento en el pensamiento y en el criterio, pero no quiero ni pensar en eso, no es algo que me caliente la cabeza. Me enfoco más en otra cosa. Ojalá hubiera una solución y hubiera esperanza, pero creo que la esperanza es de tontos. Yo no quiero ni pensar en la esperanza. La esperanza es una palabra que ya me aburre. Prefiero soñar que tener esperanza.
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