Aprovechando su repentina fama, Ivana fundó su marca de ropa, Knölldoll, y se lanzó a las tornamesas con el mismo nombre. Ha tocado en Ibiza, se ha codeado con David Guetta y promete una gira por Dubái, Berlín y Tulum. Todo sin caer en los caminos fáciles: ha rechazado plataformas como OnlyFans, defendiendo su plan de construir algo con propósito y estilo.

Sin embargo, los algoritmos no entienden de dignidad. Su cuenta de Instagram, su principal canal de visibilidad, atraviesa horas bajas: más de 19 mil seguidores menos en un mes, y una alarmante tasa de interacción que roza el 0 %. Cero likes, cero comentarios. ¿Error técnico? Tal vez. ¿Desconexión con su público? Muy probablemente.

Mientras otras influencers virales como Haliey Welch o Sydney Thomas transforman su popularidad en conversación real, podcasts y apps, Ivana mantiene una estética impecable… pero muda. Su elegancia digital choca con la lógica frenética de las redes, donde el silencio se paga con olvido.

El reto de Knöll es claro: reinventarse sin perder el norte. Porque si bien ya no es “la novia del Mundial”, aún puede ser la DJ del momento. Solo necesita volver a conectar. Esta vez, sin filtros.

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