Ángela Esther Nápoles Vega, madre cubana de apenas 25 años, vive una historia que refleja la dura realidad de miles de familias en la Isla. Su vida ha estado marcada por la pérdida, el abandono institucional y las promesas incumplidas.
Todo comenzó en 2012, cuando el huracán Sandy destruyó por completo la vivienda donde vivía con su madre. Ángela tenía solo 12 años y su madre, enferma de cáncer, recibió un subsidio aprobado para reconstruir la casa, pero nunca llegó el material necesario.
El cheque se venció y, tras años de espera, su madre falleció sin ver cumplida la ayuda que le correspondía. Desde entonces, Ángela ha vivido desplazada entre casas improvisadas y espacios prestados, siempre buscando un techo que la proteja a ella y a su hijo.
La tragedia volvió a golpearla con el paso del huracán Melissa. Su vivienda, hecha con calpa y cartón, quedó nuevamente destruida y fue declarada oficialmente derrumbe total. Fue albergada en el politécnico "Vladimir Ilich Lenin" en El Cristo, Santiago de Cuba, esperando al menos seguridad y asistencia.
Sin embargo, encontró humillación y abandono. Un funcionario del partido la expulsó del albergue con palabras degradantes, cuestionando su condición de madre soltera y burlándose de su situación. Ni siquiera se le proporcionó comida ese día.
Posteriormente, la delegada de circunscripción llegó al lugar no para brindar ayuda, sino para amenazarla, obligándola a armar un bajareque y abandonar el espacio en 72 horas, ignorando completamente que su hijo, de solo 4 años, había sido recientemente operado de una celulitis facial y que no contaba con un hogar ni recursos.
Mientras en la zona se reparten colchones a otros damnificados, Ángela sigue invisible para las autoridades, a pesar de estar registrada como derrumbe. Su lucha diaria es simplemente por sobrevivir y proteger a su hijo. No busca privilegios ni lujos, solo un techo y un mínimo de humanidad.
Cada hora que pasa es un reflejo más de la crueldad institucional: un niño enfermo no puede recibir atención adecuada bajo un bajareque improvisado y su madre no puede garantizarle un lugar seguro para descansar.
La historia de Ángela Esther es un llamado urgente a la acción. El estado tiene la última palabra y la responsabilidad de decidir si hará justicia o seguirá ignorando a quienes más lo necesitan. Hasta ahora, la indiferencia y el abandono han sido la constante en su vida, y cada día que pasa aumenta la urgencia de que se tomen medidas inmediatas y efectivas.
Del perfil de Yosmany Mayeta
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