El primer ministro cubano Manuel Marrero aseguró que “todo el esfuerzo que podemos hacer por ponerle el techo a las personas afectadas antes de que termine el año, hay que hacerlo”, prometiendo colchones y otros bienes materiales a los damnificados por el huracán Melissa.
La frase, repetida en medios oficiales y redes sociales, suena correcta, necesaria y hasta humana. Sin embargo, para miles de cubanos golpeados una y otra vez por desastres naturales, la pregunta surge casi de forma automática: ¿le creemos?
En Cuba, las promesas tras un ciclón no son nuevas. Cada evento meteorológico viene acompañado de recorridos oficiales, declaraciones solemnes y compromisos públicos que, en muchos casos, se diluyen con el paso de los meses. Techos que nunca llegan, materiales que no aparecen o que se entregan de forma parcial, y familias que pasan años viviendo bajo nailon o planchas improvisadas forman parte de una realidad demasiado conocida.
El problema no es solo la falta de recursos, que existe y es evidente, sino la desconexión entre el discurso político y la vida cotidiana. Mientras se promete rapidez y soluciones “antes de que termine el año”, hay personas que todavía esperan respuestas por daños causados por huracanes anteriores. Algunas siguen registradas como damnificadas en los papeles, pero invisibles en la práctica.
La entrega de colchones y bienes básicos, aunque necesaria, no resuelve el fondo del problema. Un colchón no reemplaza una vivienda segura, ni garantiza dignidad a largo plazo. Además, muchas familias denuncian que estas ayudas llegan tarde, incompletas o condicionadas, generando más frustración que alivio.
Por eso, cuando Marrero habla de “hacer todo el esfuerzo”, la desconfianza pesa tanto como la necesidad. El cubano común no juzga por las palabras, sino por los hechos. Cree cuando ve el techo montado, la casa reparada y la vida retomando un mínimo de normalidad.
Hoy, más que promesas, la población espera resultados concretos y transparentes. Porque después de cada huracán, lo que queda no es solo la destrucción material, sino el cansancio de escuchar los mismos compromisos sin que la historia cambie. ¿Creer? Muchos quisieran. Pero la experiencia, lamentablemente, obliga a dudar.
Fuente: Alberto Arego
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