Recientemente, el gobierno cubano, a través de declaraciones del Ministerio del Interior, afirmó que ha habido una disminución en los delitos en comparación con el año anterior, a pesar de que el registro delictivo sigue siendo elevado. Según sus estadísticas, provincias como Santiago de Cuba, Granma, Ciego de Ávila, Cienfuegos y Sancti Spíritus son las más afectadas. Sin embargo, aunque estas cifras reflejan una aparente mejora, la percepción de la población es muy diferente, y con razón.
El Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, admitió que la ciudadanía aún no percibe los resultados de los esfuerzos del gobierno, pero insiste en que los avances son reales y que, con más represión y acciones preventivas, eventualmente se verá una disminución tangible en los delitos. Este discurso está desconectado de la realidad cotidiana de los cubanos, que enfrentan una escalada de violencia y criminalidad sin precedentes.
La afirmación del gobierno de que el delito está disminuyendo ignora las raíces profundas de la problemática. En lugar de centrarse en reprimir las manifestaciones de delincuencia, el Estado debería abordar las causas fundamentales que están llevando a tantos cubanos, especialmente jóvenes, a involucrarse en actividades delictivas. El aumento de la criminalidad en Cuba no es solo el resultado de la falta de control policial, sino de una crisis económica prolongada que ha sumido al país en un estado de desesperación generalizada.
La creciente pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades para los jóvenes están impulsando a muchos a recurrir al delito como medio de subsistencia. La escasez de productos básicos y el deterioro del poder adquisitivo han generado una situación en la que, para algunos, el delito se ha convertido en la única opción para sobrevivir. Pretender que este problema se puede resolver únicamente con más vigilancia y represión es un enfoque equivocado.
Las "acciones preventivas" de las que habla el gobierno no abordan los factores socioeconómicos que generan el crimen. La represión, por sí sola, no es la solución, y el fracaso de las políticas actuales lo demuestra. Desarticular algunas redes de delincuencia relacionadas con el robo de ganado, como menciona el informe oficial, es un logro menor en comparación con el incremento generalizado de robos, asaltos, e incluso asesinatos. La inseguridad es una realidad palpable que ningún número oficial puede esconder.
Para revertir esta situación, el gobierno cubano debe tomar medidas serias para mejorar la economía, crear empleos dignos y ofrecer oportunidades reales a la juventud. Solo eliminando las causas profundas del delito —la pobreza, la falta de futuro y la desesperación— se podrá ver una disminución sostenible de la criminalidad. Sin estas reformas estructurales, la represión continuará siendo solo una medida temporal, que en muchos casos, más que resolver el problema, agrava el resentimiento social.
La insistencia del gobierno en que la solución al aumento del crimen está en “cerrar filas” y “no bajar la guardia” no toma en cuenta la necesidad de soluciones integrales que vayan más allá de la coerción. Si no se da un cambio profundo en las políticas económicas y sociales, la criminalidad seguirá en aumento, y la percepción de inseguridad entre la población solo empeorará.
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