Humberto Valdés es un cubano que lleva cinco años en Kiev, Ucrania, y vive ahora en el sótano mientras Rusia tira bombas contra su nuevo país. “Ver sus calles tan vacías fue algo que nunca imaginé”, dijo al medio independiente El Toque.
“Hemos llevado algunas sillas, y la otra familia incluso ha instalado un colchón para dormir aquí. Yo no duermo en la noche. Prefiero hacerlo durante el día, cuando todo está más calmado. Trataré de disfrutar mi cama mientras pueda”, dijo sobre el sótano donde se refugia cada noche junto a su esposa y unos vecinos.
“Las circunstancias nos han llevado a acercarnos más a los vecinos. En estos edificios tan grandes, y con el ajetreo diario, uno suele conocer poca gente. Desde que estamos aquí hablamos, nos ayudamos y hasta bromeamos para paliar el estrés. La niña de los vecinos juega con nuestras mascotas, porque ellas no se separan de nosotros, y juntos compartimos y protegemos lo que tenemos”, contó.
Valdés dijo que por el día hacen colas para conseguir suministros.
“Hay muchas colas y mucho desabastecimiento. A cada rato esto me recuerda a Cuba: uno se para donde ve un tumulto de gente, y ya ni preguntas qué hay. No hay muchas opciones. Hay que agarrar lo que aparezca. Las colas pueden durar varias horas. Esperas mucho y no consigues casi nada. Hoy gastamos aproximadamente 70 dólares y no nos dio ni para llenar una bolsa pequeña”.
En Kiev los bancos están cerrados, no se permite extraer dinero y los negocios no aceptan pagos con tarjetas. “La gente como yo, que de un día a otro nos vimos sin cash ni forma de extraerlo, tenemos que andar de aquí para allá como locos para encontrar un lugar con comida”.
“Tenemos que irnos dosificando, pues no sabemos cuánto va a durar esta guerra. Por un lado tenemos la presión de guardar la comida que aparezca, pero por otro debemos velar por no almacenar demasiado. No sabemos si tendremos que desplazarnos, o si nos roban, o si cae un bombazo y perdemos todo lo que tenemos, más el dinero invertido en ello. Desde fuera se puede oír como una exageración, pero cuando caminas por un barrio y ves un edificio impactado por un misil, te das cuenta de que ninguna posibilidad es descartable, que también le puede pasar al tuyo”.
Valdés dijo que de momento no les cortan la luz ni el agua por lo que pueden subir a la casa desde el sótano para preparar la comida. “Deben ser cosas rápidas, sin mucha complicación, por si de repente suenan las alarmas antiaéreas. Casi siempre comemos sándwich, espaguetis o un plato de sopa, para que te caiga algo caliente en el cuerpo. La sopa es lo que más se agradece, pues estamos a un grado y en el sótano hace un poco de frío”.
“Yo recuerdo que en Cuba uno escuchaba un avión y miraba para arriba, y sentía ilusión por viajar, por montarse en uno. Yo nunca pensé que ese sonido iba a convertirse en un motivo de temor. Nunca pensé que iba a correr ante ese sonido, ni que me iba a asustar con el arranque de un carro, ni con ningún otro sonido fuerte. Los sonidos fuertes nos despiertan los nervios. Cuando te das cuenta de que no es nada, te calmas, y hasta te ríes, pero esa sensación de miedo no se te quita. Es triste tener el corazón sobresaltado constantemente”, confiesa.
Humberto Valdés no se ha ido de Kiev porque no quiere empezar de cero otra vez. “Después de cinco años en este país, de haber vivido como emigrante ilegal, de tener empleos que nunca imaginé y pasar trabajos que nunca imaginé, no es justo que tenga que dejar atrás lo que tanto me ha costado alcanzar. Aquí tengo una vida. Cuando salga de aquí estaré solo, sin nadie que se preocupe por mí en esos nuevos países”.
“No cuento con ninguna garantía como ciudadano ucraniano, porque aún estoy tramitando mis papeles, y como ciudadano cubano, nuestra embajada ha dejado mucho que desear. Constantemente veo noticias de cómo las embajadas han resguardado a su personal, y de cómo velan por los suyos que están cruzando fronteras. La nuestra, nada de eso. Por lo menos yo, por esa parte, me siento desprotegido”, afirmó.
Valdés tampoco quiere abandonar Kiev porque su esposa tiene familia e hijos de 14 y 23 años, contó a El Toque.
“Yo solo espero que todos estos miedos acaben pronto. Que ya no tenga que preocuparme por las sirenas, ni por nuestros familiares, ni por mis perritas Mika y Chika. Cada día miro a mis santos, y les pido por nosotros y por todos los demás. Mis santos vinieron conmigo desde Cuba, pasamos juntos por varios países y provocaron también que me pararan en fronteras y aeropuertos porque decían que esos hierros y clavos eran material peligroso. Yo sin ellos no me moví, y espero que si me acompañaron hasta aquí, me protejan ahora. Tengo fe en que lo harán”.
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