El actor cubano Ricardo Becerra fue categórico al afirmar que jamás colaboraría con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), incluso si le ofrecieran una fortuna.
Durante una entrevista con el grupo Los 3 de La Habana, el protagonista de la película Plantados respondió sin titubeos cuando le preguntaron si trabajaría para la institución del régimen si le pagaran un millón de dólares por contar una historia desde su punto de vista:
“No, no, es que no hay dinero de verdad”.
Para Becerra, el valor de una conciencia limpia supera cualquier tentación económica. “Nada en esta vida me puede cambiar el que yo me acueste cada día en mi almohada y tenga la conciencia tranquila”, expresó con serenidad.
Exiliado desde hace varios años, el actor se ha convertido en una de las voces más firmes del arte cubano independiente. Su carrera está marcada por una postura crítica hacia la dictadura y por su rechazo a usar el arte como instrumento político.
Entre sus trabajos más destacados figura su actuación en Plantados, cinta dirigida por Lilo Vilaplana, que retrata la represión en las cárceles del régimen cubano y rinde homenaje a los presos políticos.
Becerra aclaró que su negativa a trabajar con el ICAIC no es una posición ideológica, sino ética. Aceptar una propuesta del organismo —dijo— sería legitimar un sistema que censura y castiga a los artistas que piensan diferente.
Fundado en 1959, el ICAIC fue creado para promover el cine nacional, pero con el tiempo se convirtió en una herramienta de control ideológico, que elimina o modifica todo contenido que no se ajuste al discurso oficial. Numerosos actores y cineastas han denunciado veto, marginación o censura por expresar opiniones críticas.
En ese contexto, Ricardo Becerra representa a una generación de artistas exiliados que eligieron la libertad sobre el miedo. Su decisión de no aceptar ningún tipo de colaboración con instituciones del régimen envía un mensaje claro:“El arte, cuando se usa para servir al poder, pierde su esencia.”
Mientras en la Isla muchos creadores enfrentan presiones y autocensura, Becerra levanta la voz desde el exilio para recordar que no hay dinero capaz de comprar una conciencia tranquila, ni millones que compensen el precio de la libertad.
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