Las funerarias no mienten ante el silencio oficial en Cuba
Redacción de CubitaNOW ~ lunes 10 de noviembre de 2025
En Cuba, la muerte tiene su propio eco. No se escucha en los partes oficiales ni en los medios de comunicación estatales, pero resuena cada día más fuerte en los pasillos de los hospitales, en las calles de los barrios y, sobre todo, en las funerarias. Porque las funerarias no mienten. Los ataúdes llegan uno tras otro, las cámaras frías no dan abasto y los carros fúnebres se multiplican en un ir y venir constante. Es la evidencia que nadie puede esconder, aunque el discurso oficial insista en negar lo que ya es una tragedia colectiva.
Las arbovirosis, enfermedades transmitidas por mosquitos del género Aedes —como el dengue, el zika o el chikungunya—, han tenido históricamente una presencia peligrosa en el país, sobre todo en los meses de calor y lluvia. Son padecimientos virales que pueden causar desde fiebre leve hasta cuadros graves de shock, hemorragias internas o fallo multiorgánico. En Cuba, donde los brotes son recurrentes y la infraestructura sanitaria está cada vez más deteriorada, la propagación se ha convertido en una bomba de tiempo.
Durante los últimos meses, múltiples fuentes comunitarias y testimonios de trabajadores del sector salud alertan sobre un aumento inusual de muertes relacionadas con estas enfermedades. Sin embargo, las autoridades han optado por un silencio calculado: los partes oficiales omiten las causas reales de los fallecimientos, disfrazándolos bajo tecnicismos clínicos o diagnósticos ambiguos como “insuficiencia respiratoria”, “shock hipovolémico” o “fallo multiorgánico de origen no determinado”.
Mientras tanto, las funerarias del país viven una saturación que contradice cualquier discurso de normalidad. Los servicios están colapsados, las cajas escasean y los trabajadores deben improvisar para atender la avalancha de fallecidos. En algunos municipios, las colas para velar a un ser querido se han vuelto tan largas como las de los alimentos. Las imágenes de vehículos cargando féretros a destajo y los testimonios de los propios empleados fúnebres son el reflejo más crudo de una crisis que se intenta silenciar.
No hace falta una estadística para entender que algo grave está ocurriendo. Cuando un país tiene que apilar ataúdes, no puede hablar de estabilidad sanitaria. Pero el gobierno insiste en mantener el control del relato, evitando reconocer que las arbovirosis se han cobrado vidas y siguen desbordando un sistema incapaz de contenerlas.
El contraste es abismal: por un lado, el discurso oficial que repite que “todo está bajo control”; por el otro, la realidad que se vive en hospitales y funerarias donde el personal ya no da abasto. En ese abismo entre la verdad y la mentira oficial se disuelve la confianza pública, y con ella, la poca credibilidad que aún podía quedar en las instituciones.
Cuba atraviesa no solo una epidemia de arbovirosis, sino también una epidemia de silencio. Y frente a ese silencio, las funerarias —con su innegable carga de muerte y evidencia— se han convertido en el único espacio donde la verdad todavía tiene cuerpo. Porque allí, entre los ataúdes que se acumulan y los nombres que se multiplican, la realidad se impone sin necesidad de titulares ni partes médicos: las funerarias no mienten.