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La Cuba de Sandro no es la Cuba de Castro: así es el nieto ‘influencer’ de Fidel (El País)

Redacción de CubitaNOW ~ lunes 14 de julio de 2025

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A Fidel Castro le nació un nieto influencer. No uno con dotes militares, sino un creador de contenido con casi 115.000 seguidores en Instagram. El “hombre nuevo” de la Revolución ahora escucha reparto, lanza challenges, ama los gatos y la cerveza Cristal. Algunos lo ven como la mueca demacrada del castrismo, otros como el reflejo natural de un proyecto fracasado. La única certeza es que Sandro Castro, con celular —y no machete— en mano, es hoy el Castro más visible y comentado en Cuba.

Sandro, de 33 años, nació cuando su abuelo tenía 65 y Cuba entraba en el llamado Periodo Especial, tras perder a la URSS como principal aliado. Mientras Fidel advertía tiempos difíciles, Sandro crecía en una isla de apagones, escasez y crisis migratorias. Hoy presume de fumar Habanos, conducir un Mercedes Benz y viajar en avionetas. Nació en una Cuba colapsada, pero se desenvuelve como si habitara otra nación.

Es hijo de Rebecca Arteaga y Alexis Castro Soto del Valle, uno de los cinco hijos de Fidel con Dalia Soto del Valle. Poco se sabe de esa familia: Fidel mantuvo siempre bajo estricta reserva la vida privada de los suyos. Sergio López Rivero, historiador de Cuba, sostiene que ese hermetismo sirvió para consolidar el mito revolucionario y darle legitimidad al régimen.

Sandro creció en Punto Cero, el complejo familiar ubicado en Miramar, La Habana. Según Idalmis Menéndez López, expareja de su tío Álex Castro, Sandro vivió en un apartamento contiguo a la casa de los abuelos, rodeado de lujos desconocidos para el cubano promedio: variedad de quesos, vinos y salmón. Aunque Fidel presumía austeridad, sus descendientes lo contradicen. Antonio Castro fue visto en yates en Mykonos, Mariela Castro lució carteras de lujo y otros familiares ostentan mansiones y privilegios. Sandro, sin esconderse, continúa esa tradición.

A diferencia de sus parientes, él ha mostrado públicamente su estilo de vida. Se le ha visto en autos de lujo, celebrando fiestas privadas en plena pandemia y con el tanque lleno mientras el país sufre escasez de combustible. Su bar en El Vedado, EFE Bar, es epicentro de farándula. Incluso ha organizado celebraciones durante apagones y duelos nacionales, como cuando 13 reclutas murieron en un incendio en Matanzas.

La Cuba de Sandro contrasta radicalmente con la de su abuelo. Mientras Fidel criminalizaba el reguetón, Sandro capitaliza el reparto. Fidel satanizó a EE.UU., pero su nieto celebra Halloween disfrazado de Batman. Sandro vive en la Cuba del internet, no en la del aislamiento ideológico. Es, a ojos de muchos, lo que su abuelo jamás quiso que fueran los cubanos.

“En medio de la crisis actual, Sandro parece más dañino para el régimen que opositores tradicionales”, dice López Rivero. A su juicio, el influencer refleja la pérdida total de legitimidad del sistema, donde ya no basta con justificar la escasez: lo que abunda ahora es la falta de futuro.

En algunos videos, Sandro ha hecho críticas veladas: se ha burlado de ETECSA, la empresa estatal de telecomunicaciones, por el alto costo del internet, y ha ironizado con la frase “no hay pollo”. Incluso ha puesto la bandera estadounidense de fondo y llegó a pedirle a Donald Trump que diera “oportunidad y vida al emigrante”.

Esto ha desconcertado a los cubanos. Algunos, con sarcasmo o resignación, lo ven como “el Castro preferido para presidente”. Otros sienten que es el único con ese apellido que parece humano. Hay quien le pregunta qué pensaría su tío Raúl o el propio Díaz-Canel. Algunos le escriben: “Si tu abuelo te viera…”

Mientras tanto, sus detractores lo acusan de traicionar su apellido. El intelectual oficialista Ernesto Limia aseguró que Sandro “no respeta la memoria de su abuelo”. Otros lo han tildado de “enemigo ideológico” o simplemente “imbécil”. Pero la crítica más punzante viene de quienes, sin apoyar al régimen, también rechazan el cinismo del nieto influencer: “Sandro es viral por ser Castro, pero mientras el cubano común sortea apagones, escasez y censura, él vive protegido por un aparato que criminaliza la disidencia, pero tolera su insolencia”, señala la cubana Anay González Figueredo.

Para muchos jóvenes cubanos, Sandro representa la caricatura final del castrismo. Juan Pablo Peña, nacido entre consignas, lo ve como “la síntesis de una casta que usó el lenguaje de la justicia social para erigir su privilegio dinástico”. Su padre, un exmilitar, le dijo que Cuba se ha convertido en lo que Fidel nunca habría deseado. “Pero creo que Cuba ya era así desde el principio”, concluye Juan Pablo.

Sandro molesta a todos: a los que están en contra del régimen, por ostentar sin empatía; a los leales al castrismo, por deslegitimarlo desde dentro. Él, que no ocupa ningún cargo político, se define como un emprendedor y “joven cubano revolucionario”. Ha convertido incluso los Versos Sencillos de Martí en contenido para reels. Pero su figura incomoda tanto que varios voceros del régimen ya lo tienen en la mira.

Muchos creen que Sandro existe porque su abuelo ya no está. Y que su existencia marca el ocaso del apellido más poderoso de Cuba. Como si él fuera la prueba de que todo aquel relato revolucionario, basado en sacrificio y austeridad, ha llegado a su fin. Algunos se preguntan si esto es el principio de una nueva era. La respuesta, por ahora, sigue en el aire.

(Ver artículo completo de El País)




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