En un acto cargado de propaganda y servilismo, el gobierno cubano entregó automóviles a destacados deportistas como “reconocimiento” a su entrega y fidelidad. Sin embargo, lo que en cualquier país del mundo sería un derecho común, en Cuba se convierte en un favor estatal que los atletas deben agradecer públicamente a Fidel Castro y a la Revolución.

El evento, realizado en la Ciudad Deportiva de La Habana, sirvió más como una demostración de lealtad que como una verdadera compensación por el esfuerzo de los deportistas. El presidente de la Comisión Nacional de Atención a Atletas, Wilmer Lewis, enfatizó que fue Fidel Castro quien “convirtió el deporte en un derecho del pueblo” y quien garantizó la atención a sus exponentes más destacados. No mencionó, sin embargo, que en la mayoría de los países del mundo los atletas no necesitan rendir pleitesía al gobierno para recibir beneficios por su esfuerzo.

Entre los homenajeados estuvieron figuras históricas como Enrique Figuerola y Omara Durand, así como entrenadores y exatletas que han dado su vida por el deporte cubano. No obstante, el reconocimiento vino acompañado de un discurso impregnado de gratitud forzada. Briandy Molina, bicampeón mundial de Baseball5, expresó su agradecimiento “a Fidel y a la Revolución”, recalcando que sin ellos no existiría el “deporte de valores” que distingue a Cuba.

Pero, ¿de qué les sirve realmente este “regalo”? En un país donde el acceso al combustible es una odisea y las carreteras están en condiciones deplorables, un automóvil es más un objeto de lujo inservible que una verdadera recompensa. Es probable que muchos de estos atletas no puedan siquiera utilizar los vehículos debido a la escasez de gasolina, o que terminen vendiéndolos en el mercado negro para obtener recursos más urgentes.

Mientras en otros países los deportistas de élite logran estabilidad económica con contratos millonarios y patrocinios, en Cuba reciben un carro como limosna y deben agradecerlo con fervor casi religioso. Más que un premio, esta entrega de automóviles es un recordatorio del control que el gobierno mantiene sobre sus ciudadanos, incluso sobre aquellos que han llevado el nombre de Cuba a la gloria en competencias internacionales.

En lugar de reconocer el sacrificio de sus atletas con salarios dignos y oportunidades reales de prosperidad, el régimen prefiere seguir jugando a ser benefactor. Los deportistas, al igual que el resto de los cubanos, siguen atrapados en una realidad donde incluso lo más básico—como tener un medio de transporte propio—depende de la voluntad del Estado.

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