"Este sábado, mientras caminaba hacia la oficina por la esquina de G y Línea, subiendo por la calle G, me crucé con una mujer y su hija de aproximadamente ocho años. En ese momento, un Jeep taxi vacío se detuvo cerca de ellas.

"La mujer, visiblemente desesperada, le pidió al chofer que la llevara hasta la Ciudad Deportiva y el conductor rápidamente dijo: 200 refiriéndose al precio de la carrera. La señora le cuestionó que la tarifa siempre había sido de 150 pesos. El conductor aceleró y se fue, dejando a la mujer protestando y a la niña con una expresión a punto de llorar. Ambas comenzaron a caminar delante de mí bajo un sol fuerte.

"Mientras las seguía con la mirada, noté que la niña cojeaba un poco. No sabía si era por cansancio o algún problema físico. Me sentí conmovido por la situación. Me acerqué y escuché que la mamá decía: ´Voy por un P2, trabajo muy duro para mantenerla y no puedo pagar 200 pesos. La tristeza en el rostro de la niña me impresionó profundamente.

´"No sabía qué hacer en ese momento, pero de repente me dirigí a la mujer: ´Mamá, usted me va a perdonar, yo tengo un proyecto social que ayuda a niños´. Luego le dije que veía que la niña estaba cansada y le entregué 200 pesos para que le comprara un refresco a la niña. La niña sonrió de inmediato y la madre me miró fijamente. Al ver la sonrisa de la niña, me dio las gracias.

"Me fui con una sensación de felicidad por haber podido compensar lo que el chofer del taxi había causado. Para mí, los niños son sagrados y nunca le cobraría a una madre con un niño una tarifa injusta. Por eso afirmo que no puedo ser taxista.

"La experiencia deja una reflexión clara sobre la importancia de cuidar nuestras almas y entender que las necesidades de las personas son temporales y merecen respeto y solidaridad. ¡Cuidemos nuestras almas, las necesidades pasan! ¡Viva Cuba!

Del perfil de Marcos Alejandro Alvarez

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