Un verdadero maestro debe ser, ante todo, un buscador incansable de la verdad. No hay mayor valentía moral que reconocer los propios límites con un “no sé, debo investigar”. La labor docente no consiste simplemente en impartir conocimientos, sino en equipar al estudiante con las herramientas necesarias comprender y encontrar la verdad por sí misma. Cuando el maestro deja de estudiar muere como maestro.
En Cuba la educación es sinónimo de adoctrinamiento, comenzando por el "Seremos como el Ché", que representa una ideología autoritaria y deshonesta. Los valores fundamentales de la educación, como el pensamiento crítico, la investigación objetiva y el libre debate, han sido reemplazados por un culto a la personalidad y la perpetuación de un discurso político fraudulento.
Y es que el sistema educativo cubano no educa; adoctrina. Un aspecto alarmante es el culto desmedido a figuras del poder, en especial a Fidel Castro. Es indignante observar cómo los programas de historia dedican más horas de clase a la narración parcializada de su lucha en la Sierra Maestra que a la epopeya de José Martí, verdadero apóstol de la independencia cubana.
La historia, manipulada por conveniencia, distorsiona los hechos para glorificar a quienes lideran el régimen, mientras se minimizan o tergiversan los aportes de héroes nacionales que no encajan en el relato oficial.
Las escuelas las han convertido en laboratorios donde se reproduce el miedo, un miedo que adoctrina paralizando la capacidad de pensar. La educación bajo ningún concepto puede ser utilizada para confundir, para guiar por un mal camino.
El maestro cubano se enfrenta a una elección moral crucial: o se convierte en un agente de la mentira y el adoctrinamiento, o abandona las aulas con vergüenza y dignidad. La colaboración pasiva con este sistema es, en sí misma, una forma de complicidad con la infamia.
Quienes no denuncian las falsedades, quienes callan ante las injusticias del sistema, se convierten en cómplices de una tragedia que afecta a generaciones enteras.
Por todo esto, el miedo es la pieza central del aparato educativo cubano, por ende, se impone un cambio que solo será posible con la eliminación de la política mentirosa que lo sustenta. Es necesario recuperar el legado de educadores que entendieron la enseñanza como una vocación de servicio y compromiso con la verdad.
La historia de Cuba merece ser contada desde una perspectiva honesta y plural, donde se honre a quienes realmente lucharon por la libertad y el bienestar del pueblo.
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