En 2024, más de 600 mil cubanos dependieron de pipas de agua para satisfacer sus necesidades básicas, según datos del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH). Lo más alarmante es que el 80% de estos usuarios recibió el suministro con ciclos superiores a los 15 días, una realidad que evidencia el agravamiento de la crisis hídrica en el país. A pesar de ello, la narrativa oficialista insiste en culpar al embargo económico de Estados Unidos, ignorando las deficiencias estructurales y la ineficiencia del régimen en la gestión de recursos esenciales.
El argumento del embargo resulta insostenible cuando hablamos de agua, un recurso natural que no depende de importaciones. La crisis hídrica en Cuba no se debe a la falta de acceso al mercado estadounidense, sino a décadas de negligencia en el mantenimiento de la infraestructura hidráulica. La red de acueductos del país, en su mayoría obsoleta, sufre constantes roturas y pérdidas de agua que alcanzan hasta el 50% del líquido transportado.
El problema se agrava con la falta de inversión en tecnologías modernas y equipos de bombeo, una consecuencia directa de la centralización económica y la corrupción endémica que caracteriza al sistema cubano. Mientras el Estado destina recursos a proyectos propagandísticos y al control social, las necesidades básicas de la población quedan relegadas.
Para el 80% de los afectados, depender de un ciclo de suministro superior a los 15 días implica una lucha constante por sobrevivir. Muchas familias almacenan agua en condiciones antihigiénicas, lo que incrementa el riesgo de enfermedades transmitidas por el agua. Las provincias más afectadas, como Santiago de Cuba, Granma, Holguín, y Pinar del Río, son un reflejo de la incapacidad del gobierno para garantizar un derecho humano fundamental.
En estas zonas, el suministro por pipas, tractores y camiones cisternas es irregular y costoso, tanto en términos económicos como de tiempo. El panorama se torna más desolador cuando se considera que muchas comunidades rurales carecen incluso de acceso a estos servicios mínimos, quedando completamente abandonadas por las autoridades.
El INRH anunció con entusiasmo que 43 mil personas dejaron de depender del servicio de pipas gracias a inversiones en infraestructura. Sin embargo, esta cifra es insignificante frente al alcance del problema. Además, la falta de transparencia en los presupuestos y la ejecución de proyectos alimenta las sospechas de que estas inversiones son más simbólicas que efectivas.
El régimen también menciona planes de "perfeccionamiento" de los servicios comunales, incluyendo el traspaso de responsabilidades entre diferentes ministerios. Sin embargo, solo Mayabeque ha completado este proceso, dejando en evidencia que el resto del país sigue atrapado en un limbo burocrático.
La dependencia de soluciones improvisadas y la incapacidad para mantener una infraestructura básica condenan a los cubanos a una vida de precariedad. En lugar de asumir su responsabilidad, el régimen insiste en señalar al embargo como el culpable de todos los males, mientras ignora su propia incompetencia.
Cuba no necesita importar agua, pero sí necesita un gobierno que priorice las necesidades de su pueblo sobre la propaganda política. La crisis hídrica es un síntoma más de un sistema que no funciona y que, lejos de resolver los problemas, los perpetúa.
En este contexto, culpar al embargo es no solo una excusa, sino una burla para quienes diariamente luchan por un derecho tan elemental como el acceso al agua.
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