El nombramiento de Zohran Mamdani como nuevo alcalde de Nueva York ha desatado una tormenta política y social sin precedentes. Promotor del transporte público gratuito, el congelamiento de alquileres y fuertes impuestos a los ricos, Mamdani llega al poder con el respaldo de los Democratic Socialists of America y un discurso desafiante hacia el presidente Trump: “Para vencer a uno de nosotros, tendrá que vencer a todos”. Su victoria representa el avance más claro del socialismo dentro de la estructura política de una de las ciudades más influyentes del planeta.

Sin embargo, detrás del entusiasmo de sus seguidores surgen temores profundos. En redes sociales, los ciudadanos expresan una mezcla de indignación y preocupación. “Dentro de poco tendrán CDR y UJC, como en Cuba”, ironizó un internauta, recordando las estructuras de control comunistas. Otro escribió: “El fin de la grandeza de Nueva York ha tocado a la puerta”. Algunos van más allá, advirtiendo que “se perdió Nueva York” o que “el islamismo radical está llegando con traje político”.

Otros comentarios apuntan al peligro de las políticas populistas disfrazadas de justicia social. “El pueblo votó por él, ahora que se atengan a las consecuencias”, dijo un usuario. “Ojalá pasen un par de meses en Cuba para que aprendan lo que es vivir bajo el comunismo”, agregó otro. En los barrios más pobres, donde Mamdani concentró su apoyo, hay esperanza, pero también miedo a que las promesas se conviertan en frustración cuando la economía no pueda sostener sus proyectos.

En medio de la tensión, Donald Trump ya lanzó una amenaza directa: podría recortar el presupuesto federal destinado a Nueva York, lo que pondría en riesgo la financiación de programas sociales, el mantenimiento del transporte y las operaciones de ICE. Esto plantea una pregunta clave: ¿cómo se reconfigurará la relación entre el gobierno local y Washington bajo un liderazgo tan abiertamente ideológico?

Más allá del fervor político, Nueva York se adentra en un experimento arriesgado donde las ideas utópicas podrían tener consecuencias reales en los bolsillos, la seguridad y la identidad de millones de ciudadanos. Lo que hoy se presenta como una victoria progresista podría convertirse en una advertencia global sobre los peligros de mezclar radicalismo, religión y poder.

Fuente: La Tijera

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