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Un año sin Carlos Massola, el actor que convirtió su voz en grito y su vida en testimonio.

Redacción de CubitaNOW ~ viernes 4 de julio de 2025

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Muchos seguidores y amigos se hicieron eco del primer aniversario de la muerte del actor Carlos Massola y es que no fue una fecha cualquiera. No es solo la efeméride del adiós de un hombre. Es, para muchos, la marca indeleble de una pérdida doble: la de un artista inmenso y la de una conciencia valiente.

Carlos murió el 3 de julio de 2024, en su apartamento en La Habana, en circunstancias trágicas que aún nos aprietan el pecho. Pero más allá de los detalles clínicos y las heridas físicas, lo que duele es el silencio que se llevó con él y que tanto necesitamos hoy: su voz firme, su risa desobediente, su honestidad radical.

Quienes lo quisieron aún sin conocerlo personalmente, nos asomamos a este tres de julio con una mezcla de tristeza, rabia y gratitud. Tristeza porque nos falta. Rabia porque sabemos que su exclusión y sus últimos días no fueron ajenos a la persecución de la que fue víctima. Y gratitud, porque aún en medio de todo, Carlos nunca se rindió. Nunca dejó de decir lo que pensaba, nunca dejó de ser uno de los nuestros. Un cubano de verdad. Un hombre que se jugó su voz y su arte por la verdad.

Carlos Massola tenía 62 años cuando murió. Era un actor versátil, profundamente teatral, con una formación sólida que lo convirtió en uno de los rostros más familiares de la televisión y el cine cubanos. Pero su legado no es solo artístico. También es ético. También es político. En los últimos años de su vida, Massola fue desplazado del espacio público por decir lo que otros callaban: que el régimen cubano era una estafa, que la Revolución traicionó a su pueblo, que los artistas no pueden ser cómplices ni cobardes.

“Dale, mi amiga, que contigo cuento para esa Cuba que anhelamos”. Fueron sus palabras pocos días antes de morir, cuando notó que quien le hablaba estaba triste, sin fuerzas. Esa frase —que parece un susurro, pero en realidad es una consigna— resume lo que Carlos fue: un hombre que nunca perdió la esperanza de una Cuba distinta, una Cuba donde nadie tenga que callar, ni irse, ni morirse de frustración.

No se le concedieron honores oficiales. No tuvo ceremonias estatales. Su nombre no fue mencionado en la prensa del Partido. Y sin embargo, su muerte se convirtió en un símbolo. Porque Massola era de esos que ya no podían ser borrados. Las redes sociales se llenaron de mensajes, de homenajes, de lágrimas. Fue un duelo popular. Un adiós colectivo. Porque su valentía nos representaba.

Durante mucho tiempo, Massola fue una figura reconocida por sus personajes, su fuerza escénica, su rostro expresivo. Pero en la última década, se convirtió en otra cosa: en una voz. En una conciencia. En una denuncia viva de lo que significa vivir en una dictadura siendo libre por dentro. En sus transmisiones en redes sociales, en sus entrevistas independientes, en sus declaraciones públicas, Carlos hablaba sin filtros. Denunciaba el hambre, el miedo, la censura, la hipocresía del poder. Hablaba con la dureza de quien ha visto demasiado y la ternura de quien aún cree en la posibilidad de una Cuba mejor.

“Yo no estoy diciendo nada que la gente no sepa. Lo que pasa es que los demás tienen miedo. Pero yo no tengo nada que perder”, dijo una vez, en uno de sus videos. Y esa frase lo define. No tenía nada que perder, pero lo apostó todo: su carrera, su tranquilidad, su futuro.

Carlos vivía solo. En sus últimos días, estaba enfermo del estómago. Una doctora amiga le recomendó un tratamiento con antibióticos, pero no hubo seguimiento. Su familia comenzó a preocuparse cuando no contestó el teléfono. Lo encontraron sin vida, tendido sobre el suelo, con signos de hemorragia y abandono.

El diagnóstico médico fue un shock hipovolémico, posiblemente causado por una úlcera péptica perforada. Pero detrás del parte clínico hay otra verdad más difícil de contar: Carlos murió como viven muchos en Cuba, sin atención adecuada, sin recursos, sin dignidad. Murió como mueren los pobres. Como mueren los que incomodan.

El Estado que lo formó también lo exilió en vida. Fue apartado de proyectos, censurado, empujado al margen. Pero él siguió hablando.

No tuvo el final que merecía. Ni un hospital digno, ni un escenario para despedirse. Pero lo que dejó atrás no se borra. Su legado no es solo lo que actuó, sino lo que dijo. Lo que gritó. Lo que defendió cuando todos callaban.

Massola fue más que un actor. Fue un disidente del alma. Un rebelde no por ideología, sino por humanidad. No hablaba desde el odio, sino desde la decepción.

Fuentes: Periódico Cubano

Lara Crofs


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