A más de un siglo de la Revolución Bolchevique, ni siquiera los propios rusos parecen ya interesarse por la figura de Vladímir Lenin. El mausoleo que conserva su cuerpo embalsamado frente al Kremlin —antiguo epicentro simbólico del poder soviético— se encuentra en estado deplorable, al punto que el gobierno de Vladimir Putin ha anunciado “reparaciones de emergencia” para evitar su colapso.

El Ministerio de Cultura de Rusia acaba de firmar un contrato por casi 20 millones de rublos (unos 250.000 dólares) con el objetivo de salvar el deteriorado edificio. Aunque las obras tendrán una duración prevista de dos años, lo cierto es que el abandono se arrastra desde hace más de una década. Ya en 2012, la estructura sufrió una seria inundación y la erosión afectó su estabilidad, inclinándolo peligrosamente sobre una de sus esquinas. Incluso, las dos letras "N" del nombre LENIN, que corona la entrada, estuvieron a punto de desprenderse.

Un estudio técnico realizado este 2024 reveló el desplazamiento de estructuras internas, daños en los muros por ventilación deficiente y desprendimientos en el revestimiento de granito. Todo ello evidencia el desinterés del régimen ruso actual por mantener viva una figura que, en otra época, fue venerada como un ícono intocable.

La decadencia del mausoleo no es solo arquitectónica, sino también simbólica. Las nuevas generaciones de rusos muestran escasa o nula conexión emocional con Lenin, y la visión oficial del Kremlin parece haber evolucionado: de la idolatría revolucionaria a una estrategia de silenciamiento. El mausoleo, que celebró su centenario en 2024, ya no es un lugar de peregrinación, sino una reliquia incómoda de un pasado sangriento.

Lenin, lejos de ser una figura inofensiva, fue responsable directo de la instauración de un sistema represivo que dejó millones de muertos. Bajo su liderazgo se crearon los primeros campos de trabajo forzado (el germen del Gulag), se persiguió a opositores y religiosos, y se aplicaron ejecuciones sumarias como parte de la llamada “dictadura del proletariado”. Solo durante la Guerra Civil rusa, las políticas del líder bolchevique provocaron hambrunas y represalias que dejaron un saldo de más de tres millones de muertos. Historiadores estiman que las purgas y métodos represivos impulsados por Lenin sentaron las bases del terror que más tarde perfeccionaría Stalin.

Paradójicamente, mientras se destinan fondos públicos para evitar que el mausoleo termine derrumbándose, crecen las voces en Rusia que piden retirar el cuerpo de Lenin del centro de Moscú y darle sepultura definitiva. Incluso políticos nacionalistas y sectores ortodoxos ven en su figura un obstáculo para la reconciliación histórica del país.

Aun así, el cuerpo embalsamado permanece intacto en su sala habitual, sin haberse movido un centímetro desde su momificación. Una escena que para muchos simboliza no la inmortalidad del comunismo, sino su incapacidad de desaparecer con dignidad.

Lenin, cuyo legado aún divide a Rusia, parece hoy más un cadáver político que una figura de culto. Y su mausoleo, cada vez más ignorado, refleja el derrumbe de una narrativa que ya pocos quieren mantener en pie.

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